Opinión | Editorial

El Periódico

Tiendas cerradas en Ciutat Vella

Relanzar la actividad pasa por soluciones individuales, pero también exige un posicionamiento de la administración, ya que una degradación de estos barrios influye en toda la ciudad

Uno de los muchos locales cerrados en la calle de Ferran.

Uno de los muchos locales cerrados en la calle de Ferran. / RICARD CUGAT

Con timidez y con restricciones, con cuentagotas pero de manera persistente, el turismo vuelve a hacer acto de presencia en el centro de la ciudad de Barcelona. Sin embargo, el impacto de la pandemia sigue visible de manera notoria en el sector de la restauración y de los servicios. A lo largo de estos meses, hemos asistido al cierre de muchos establecimientos, emblemáticos e históricos o negocios más recientes, y de manera especial en lo que podríamos llamar la zona cero de la ciudad afectada por confinamientos y prohibiciones – el Gòtic y el Born –, barrios de Ciutat Vella que han basado buena parte de su vitalidad comercial en el auge del turismo y que ahora siguen en estado de letargia. En una de las calles más emblemáticas, la de Ferran, hay 35 negocios con la persiana bajada, una circunstancia que tanto afecta a cadenas comerciales como a tiendas de toda la vida, un panorama que se extiende asimismo por la callejuelas aledañas que conforman el entramado del Gòtic, más allá de las Ramblas que, con cerca de un 70% de establecimientos abiertos, parece insuflar un poco de vida a un escenario que aún se asemeja demasiado a la desolación ciudadana que hemos vivido. 

Desde entidades como los Amics de la Rambla ya se advertía hace tiempo del exceso de concentración del negocio en el monocultivo turístico, con una presencia ínfima de vecinos de la capital que percibieran el distrito como algo más que un lugar de tránsito, y con la consiguiente desmembración del entorno en su constitución como espacio de convivencia ciudadana, más allá de la actividad comercial pensada para los foráneos. Con la llegada de la pandemia y el descenso dramático del turismo hasta su casi desaparición, no solo se veían afectados los negocios sino la propia esencia de Ciutat Vella. Tiendas, hoteles, restaurantes y bares cerrados convertían la zona en una tierra de nadie, puesto que la propia vitalidad del conjunto viene dada por un flujo constante del que no participaba el barcelonés, con más tendencia a transitar por el propio barrio o por otras zonas de la ciudad, sin el estigma que en los últimos años se ha apoderado del Gòtic y el Born. El cambio de registro, la reformulación de la actividad, la capacidad de atraer al visitante local, se perciben ahora como necesidades perentorias. Entre otras cosas, porque el negocio, aún incipiente y precario está centrado, hoy por hoy, en un turismo de fiesta y botellón, especialmente en el Born, con lo que esto conlleva de inseguridad ciudadana y de deterioro de la imagen de la zona. 

Relanzar la actividad pasa por soluciones individuales – que ayuden a conformar una masa crítica del sector servicios que invite a pasear, a moverse y a disfrutar del espacio ciudadano –, pero también exige un posicionamiento de la administración, que debe tomar conciencia que una degradación de estos barrios influye indefectiblemente en el conjunto de la ciudad. La personalidad de Barcelona es diversa y multiforme, pero su centro histórico se erige como una parte especialmente simbólica, que no puede vivir por más tiempo un proceso de degradación que cambiaría el perfil de la ciudad. La diversificación de la actividad económica, los estímulos institucionales y un nuevo diseño de la oferta comercial deben ser los ejes sobre los que pivote su recuperación.