Cumbre entre adversarios
Biden y Putin en Ginebra
El presidente de EEUU tiene que hilar fino y no atosigar demasiado a Moscú para que no se eche en brazos de Pekín, que es lo que de verdad quita el sueño a los americanos
Jorge Dezcallar
Embajador de España.
Jorge Dezcallar
En política exterior hay muchos tipos de reuniones, algunas sirven para mejorar el ambiente mientras que otras sería mejor no celebrarlas porque lo empeoran. Entre las primeras están los recientes encuentros de Biden con los líderes europeos, que han servido para poner fin al mal rollo de la presidencia de Trump, y entre las segundas, las que empeoran la situación, cabe citar la visita de Josep Borrell a Moscú. Mejor no haber ido. Otras no sabemos para qué sirven, como la escala nocturna en Barajas de la vicepresidente venezolana Delcy Rodríguez para verse con el ministro Ábalos. Y, finalmente, hay algunas que provocan carcajadas como la “Cumbre del Pasillo”, de Pedro Sánchez con Joe Biden.
La reunión de Ginebra entre Biden y Putin ha dejado las cosas como estaban pero más claras, porque les ha servido a ambos para mirarse a los ojos y exponer sus líneas rojas. No se tienen ninguna simpatía y no lo ocultan. Putin ve a Biden como un presidente más, quizás más soso y de mera transición, tras haberse reunido ya con Clinton, Bush, Obama y Trump, mientras que Biden, un hombre que se formó durante la guerra fría, tiene pésima opinión de Rusia y de Putin especialmente. La primera vez que le vio le dijo a la cara que le parecía “un hombre sin alma” y recientemente no ha dudado en considerarle un “asesino” (killer), cuando un periodista le hizo la pregunta.
Putin ya ha ganado con la sola celebración del encuentro, porque le ha colocado donde más le puede gustar al macho alfa que es: en pie de igualdad con el líder del país más poderoso del mundo
Ahora se han reunido porque a ambos les interesa lograr un modus vivendi que evite sobresaltos futuros. Biden llegó a Ginebra con el respaldo de los lideres del G-7, de la UE y de la OTAN con el objetivo de dar “estabilidad y predicibilidad” a la relación con Rusia, de forma que le deje las manos libres con Pekín, que es lo que de verdad le preocupa. Si al final lo consigue también los europeos se sentirán menos amenazados por Moscú y podrán adoptar posturas más duras hacia China, la gran ausente de las reuniones de los últimos días pero presente en todas las discusiones. Y precisamente por eso Biden tiene que hilar fino y no atosigar demasiado a Moscú, para que no se eche en brazos de Pekín, que es lo que de verdad quita el sueño a los americanos.
Por su parte, Putin ya ha ganado con la sola celebración del encuentro, porque le ha colocado donde más le puede gustar al macho alfa que es: en pie de igualdad con el líder del país más poderoso del mundo. Putin no ha olvidado y no perdona que Obama un día considerara a Rusia como una simple “potencia regional”. Pero aunque Rusia ya no juegue en Champions tiene un buen equipo que posee armas nucleares, asiento permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad, y un nacionalismo visceral y muy sensible. No hay que tomarla a la ligera. Lo que Putin desearía es que los americanos optaran por una “política de contención” que consagrara implícitamente la actual situación en Ucrania, Bielorrusia, Georgia, Moldova y Crimea, sin olvidar Siria. Sabe que eliminar las sanciones es imposible hoy por hoy y además le son útiles para desviar la atención de sus muchos problemas domésticos. Le gustaría, eso sí, aliviarlas para mejorar la economía y para tener más margen de maniobra contra sus adversarios políticos domésticos.
Ambos llegaron a Ginebra con sus líneas rojas. Para Biden, el expansionismo ruso en Europa, el ciberterrorismo y los problemas de derechos humanos (Navalny). Para Putin, que Ucrania no entre en la OTAN y que le dejen hacer y deshacer a su antojo en Bielorrusia. O sea, que se le conceda una zona de seguridad entre la OTAN y sus propias fronteras y no se repita lo ocurrido con los países bálticos. Pero el único resultado tangible ha sido que han acordado devolver a sus puestos a los respectivos embajadores y organizar reuniones para hablar de armas nucleares y de ciberataques. El desarme ofrece mejores perspectivas. Aunque es muy poco, es mejor que nada y puede contribuir a calmar el ambiente y a cooperar en otros ámbitos, como la lucha contra el cambio climático o, eventualmente, en Irán y Corea del Norte. Pero sin hacerse demasiadas ilusiones.
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