¿Es China el enemigo de Europa?

Ursula von der Leyen y Joe Biden

Ursula von der Leyen y Joe Biden / AFP / KENZO TRIBOUILLARD

Ramón Lobo

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Joe Biden es un político de otra época. Pertenece a la generación que se educó en la Guerra Fría, cuando el Gran Satán estadounidense era la URSS de los Kruschev, Brezhnev y demás nomenclatura soviética. La cultura política dominante tras el final de la Segunda Guerra Mundial veía el mundo como una gigantesca partida entre dos superpotencias ideológicamente antagónicas se comían países en una carrera por el control planetario.

El momento culmen fue la crisis de los misiles en Cuba, en 1962, cuando estuvieron cerca de un duelo nuclear. La Guerra Fría se basaba en la teoría del Mutual Assured Destruction cuyas siglas en inglés son MAD, palabra que significa loco. Ambos países estaban tan armados con ojivas atómicas que la victoria era imposible sin la destrucción de los dos. La película que mejor refleja aquel clima es Doctor Strangelove de Kubrick, que en España se tradujo por ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú.

EEUU ganó la Guerra Fría porque exigió de la URSS un esfuerzo bélico sostenido para el que no estaba preparada su economía. La URSS vivía de la venta de una utopía cuando el país era una dictadura que empobrecía a su gente. Es probable que EEUU supiera que detrás del decorado no había nada, o tal vez se creyó (o le convino) su propio cuento del lobo comunista.

Contrarrevolución conservadora

De aquel mundo bipolar pasamos a otro esperanzado y multipolar. Parecía que la democracia iba a reinar en el tablero, pero la contrarrevolución conservadora de Reagan y Thatcher retiró los anclajes de seguridad a un sistema depredador que hoy campa disfrazado de internacional liberal comiéndose países y personas sin problemas de conciencia.

Son tiempos de profundos cambios tecnológicos, y de miedos que alimentan a las extremas derechas. Ahí andan de una extraña concordancia el trumpismo de los republicanos de EEUU, el nacionalismo conservador de Putin, la deriva homofóbica del húngaro Orban y el oportunismo xenófobo del exprimer ministro de Israel Benjamin Netanyahu.

Biden sigue viendo a Putin como un peligroso comunista, cuando de revolucionario no tiene nada. El Kremlin se siente amenazado en una partida de Risk que ya no existe. Putin también interpreta el mundo nuevo desde manuales obsoletos. Ese es el peligro: gente con mucho poder y armas que no entienden lo que está pasando.

Biden azuza a Europa contra China

El presidente de EEUU se ha esforzado en su viaje a Europa en demostrar que no es Trump, como si fuera lo único que puede ofrecer a sus aliados del G-7, una antigualla que ha pasado de representar el 70% del PIB mundial en 1975 a solo el 40% actual. Biden quiere arrastrar a la UE a una guerra político-comercial contra China que no beneficia a Europa. Este presidente y sus asesores aplican a China el cajón de sastre de la Guerra Fría con la URSS. La venden como una potencia militar, que lo es, con aspiraciones de control global.

China -que es una mezcla de lo peor de los dos sistemas, el capitalista y el comunista- no tiene aspiraciones militares más allá de su zona de influencia que incluye Hong Kong, Taiwán y el mar del sur de China, donde disputa la soberanía de varios archipiélagos y numerosos islotes y atolones. No es un pleito que afecte a Washington, sino a Vietnam, Malasia, Brunei, Filipinas e Indonesia. EEUU justifica sus barcos de guerra en la zona en la necesidad de garantizar la libre navegación. La realidad es otra: es su manera de expresar su poder planetario.

Es una zona por la que pasa el 30% del comercio marítimo mundial y que se supone rica en petróleo. China ha convertido algunos de los islotes en bases avanzadas con la excusa del turismo. Fuera de esta zona, China carece de intereses militares. Su mejor arma es el dinero, ser prestamista e inversor en los grandes mercados, y el comercio.

Vigilar a China

Lo que está en disputa es el podio de las superpotencias mundiales, que EEUU no quiere ceder. En las últimas décadas, Washington ha tejido una red de aliados en Asia que tiene por objetivo rodear a China, vigilar sus movimientos. La guerra de Afganistán no es ajena a esto pese a que comenzó como una guerra por delegación contra la URSS.

Si hubiera una Tercera Guerra Mundial empezaría en Taiwán o por el control del mar del sur de China. En los juegos de guerra por ordenador del Pentágono se trabaja con esta hipótesis. El resultado es que la ganaría China con ayuda de Rusia. Un mal escenario para una UE sumida en un problema de identidad tras el Brexit. No esperen milagros del mundo pospandémico: son los mismos perros que ni siquiera se han molestado en cambiarse los collares.

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