Negociación

Pedro Sánchez, listo para el aterrizaje

Debe consolidar su mayoría en el Congreso, y cree que desinflamar es la mejor vía para neutralizar al independentismo y blindar la unidad de España

Pedro Sánchez en el cercle d’economia

Pedro Sánchez en el cercle d’economia / Ferran Nadeu

Marçal Sintes

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Los últimos días, ya con la decisión tomada sobre los indultos, no han sido nada malos para Pedro Sánchez. Sobre todo, por la aprobación, por parte de Bruselas del plan de recuperación español, que abre la puerta a la llegada de 69.5000 millones de euros. Antes, el presidente acudió a la cumbre de la OTAN, cita donde uno se codea gentilmente con primeras figuras mundiales. Lástima, eso sí, del ridículo paseíllo con el presidente norteamericano, quien, mientras estiraba las piernas, parecía tener su mente lejos, muy lejos de allí ("hay que hacer que pinten la fachada de Wilmington" -la casa de Biden en Pensilvania-, puede que estuviera rumiando).

Más buenas noticias. La derrota de la rocosa enemiga Susana Díaz en las primarias andaluzas del PSOE y también el ridículo de Pablo Casado en la concentración de la plaza Colón. El líder del PP vive sin vivir en sí. No combate a Vox, al contrario, gobierna con los ultras en diferentes lugares. A la vez, le da repelús arrimase demasiado a Santiago Abascal. Resultado de tanta duda: Vox fue quien sacó la gran tajada del aquelarre, mientras la única beneficiaria popular fue Isabel Díaz Ayuso, que es como de Vox, pero con carnet del PP. Casado debe decidir de una puñetera vez si quiere llegar a la Moncloa -si eso ocurriera algún día, que empiezo a tener mis dudas- de la mano de la extrema derecha o de la mano del PSOE.

Si a todo ello sumamos el artículo de Oriol Junqueras aceptando los indultos y apostatando de la unilateralidad, y el acallamiento de las voces críticas dentro del PSOE, todo parece a punto para los indultos. Adelante, pues, con ellos. Sánchez se ha dado cuenta, además, de que el altísimo coste político que algunos le auguraban no va a ser tal. Veremos si luego se atreve con el otro paquete, el de los independentistas refugiados en el extranjero, cuya solución debiera pasar en principio por reformar el Código Penal. La opinión de Podemos es clara: Ione Belarra reclamaba la semana pasada que Puigdemont y cía puedan volver sin acabar en la trena.

Los indultos no van a producirse, al menos no exclusivamente, porque Sánchez sea una buena persona y un buen político que está por la concordia y el entendimiento. Debe consolidar su mayoría en el Congreso, y cree que desinflamar es la mejor vía para neutralizar al independentismo y blindar la unidad de España. Barrunta que, con un poco de suerte, los indultos incluso enfrentarán agriamente a los independentistas pragmáticos con los fans de la confrontación inmediata y la unilateralidad.

Luego está la imagen en Europa, donde la justicia española, que ha ido de derrota en derrota, es candidata a nuevos y dolorosos tortazos. Los indultos pueden contribuir a matizar la mala imagen de España, además de, por qué no, dejar en fuera de juego al Tribunal Supremo, perpetrador de la condena de los independentistas e insolentemente beligerante con el Gobierno del PSOE y Podemos.

Sosegar, calmar los ánimos, apaciguar, sentarse a hablar. Aterrizar el conflicto en la política, pese a que, por supuesto, la obsesiva represión de los jueces y del Tribunal de Cuentas -obstinado a arruinar a todo el que pueda- no vaya a detenerse.

Sánchez, una vez en la mesa de negociación, tiene pista para dos años. Porque este es el plazo que le ha dado la CUP a Pere Aragonès y porque, muchísimo más relevante, hasta 2023 no se celebrarán de nuevo elecciones españolas.

¿Y después? Después Dios dirá. Si escarbamos un poco en el tiempo, hallamos tres pistas, tres indicios, que bien pueden dar para mucho o para nada. La primera, Sánchez reconociendo, hace unos pocos años, que Catalunya es una nación. La segunda, la llamada ‘Declaración de Granada’ (oficialmente, ‘Un nuevo pacto territorial para una sociedad plural. Reformar la estructura territorial del Estado con los principios y técnicas del federalismo’). Y, la última, la idea de Miquel Iceta de partir del Estatut de 2006.

No es gran cosa. En especial si tenemos en cuenta -decía Thomas Mann que es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil- que ninguna propuesta transformadora sobre Catalunya -suponiendo que el PSOE algún día la tenga- va a resultar imposible sin la aquiescencia de los populares. Y hoy por hoy, por desgracia, el PP está como está y en lo que está.

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