Pros y contras

Vergüenza

La intolerancia de Hungría con la homosexualidad, como país miembro de la Unión Europea, es una vergüenza para los veintisiete Estados que la forman

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, abandona una cumbre presencial de la UE, en Bruselas en diciembre de 2020

El primer ministro húngaro, Viktor Orban, abandona una cumbre presencial de la UE, en Bruselas en diciembre de 2020 / FRANCISCO SECO / POOL /EFE

Emma Riverola

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La Hungría de Viktor Orbán ha prohibido hablar de homosexualidad en clase. Y la intolerancia estalla en una nube de metralla. Esquirlas para una infancia que crecerá con la herida del estigma. Un silencio impuesto que quedará pegado a la piel, sentenciando permanentemente que algo erróneo y vergonzoso ocurre en algunos cuerpos. 

La ley aprobada por el parlamento húngaro implica que ningún material que aborde el cambio de sexo y la homosexualidad puede ser accesible a menores de 18 años. Libros, películas, hasta spots publicitarios se ven comprometidos. Y la nube hiriente se extiende más allá del Danubio. La intolerancia de Hungría, como país miembro de la Unión Europea, es una vergüenza para los veintisiete Estados que la forman. La UE se ha declarado zona de libertad LGTIBQ, ya en 2020 bloqueó ayudas a varias ciudades polacas por sus políticas discriminatorias. Ahora, la respuesta debe ser inflexible. Los derechos conseguidos se han alcanzado con la lucha y el sufrimiento de muchos. Por el contrario, la intolerancia avanza ágil, alentada por la ultraderecha y filtrada en mil discusiones que están levantando barricadas en antiguas aliadas de tantas batallas. No nos confundamos de lucha.  

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