LIMPIEZA EN 'CAN BARÇA'

"¿Qué hay de lo mío, Jan?"

Laporta

Laporta / EL PERIÓDICO

Emilio Pérez de Rozas

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Cuentan quienes asistieron al acto de graduación y final de curso de los muchachos que residen en La Masia, el pasado 3 de junio, que el presidente Joan Laporta se movía con su pequeño séquito de fieles, su gabinete de presidencia, que empieza a ser ya numeroso y para el que, al parecer, no hay restricciones económicas, como si de un pequeño emperador se tratase.

Lo que es seguro es que ningún miembro de ese grupo de privilegiados se atreve, de momento, a decirle a Laporta “memento mori” (“recuerda que solo eres un hombre” o “recuerda que eres mortal”), que es la frase que pronunciaba el siervo o esclavo que acompañaba, en su paseo triunfal por Roma, al general (o emperador) que desfilaba victorioso por las calles de la capital tras ganar una batalla. La repetición por parte del siervo de “memento mori” tenía como objeto, cuentan los libros de historia, “impedir que el general (o emperador) incurriese en la soberbia y pretendiese, a la manera de un dios omnipotente, usar su poder ignorando las limitaciones impuestas por la ley y la costumbre”.

Cumpliendo órdenes

Dicen que el ya famoso y elogiado CEO del Barça aún no ejerce como tal y, por tanto, hasta el 1 de julio pretende no ser responsable, dicen, de lo que está ocurriendo en las oficinas del club al nivel de limpieza (otros califican esta operación con otros términos, que prefiero, por dañinos, obviar). Explican que otro tanto intenta hacer el nuevo Director de Recursos Humanos, que va contando, al que le quiere escuchar, que él es un mandado, es decir, que solo ejecuta las órdenes que le llegan.

No deja de ser curioso que, nada más ganar Laporta (de calle, por mayoría aplastante), muchos se temiesen que ocurriera lo que está sucediendo, pero no, como justifican algunos, porque Sandro Rosell y Josep María Bartomeu hicieron algo parecido (es decir, todo vale si lo han hecho los anteriores, argumento realmente mezquino), sino porque en la campaña electoral en la que, curiosamente, Laporta, al margen de la magistral lona en el Bernabéu, jamás contó que haría esta limpieza, el presidenciable solía ir acompañado y arropado en sus actos de una serie de personajes que, al final, debía recibir su recompensa.

Es evidente que antes de entrar hay que dejar salir o despedir. Y no es menos evidente que cuando los 'whatsapps' son siempre “¿qué hay de lo mío, Jan?”, apremia hacer limpieza, no solo para colocar a los familiares, sea la hermana o la prima del propio Laporta o sea, ya verán, el hijo de José Ramón Alexanko, sino también para ubicar a todos aquellos que o bien recordaron que su padre hubiese votado a Laporta o formaron claca permanente en los actos electorales donde, repito, jamás se contó lo que se iba a hacer, entre otras razones porque ni tenían avales ni tenían programa.

Años al servicio del Barça

Laporta y su séquito tienen todo el derecho del mundo a despedir a quien quiera y, en ese sentido, poco importa que sea alguien como Albert Soler, capaz de hacer campeonas a todas las secciones profesionales del Barça; Xavi Pascual, con más de 50 títulos con el equipo de balonmano en 12 gloriosos años; David Barrufet, empleado del ‘més que un club’ desde hacía 37 años; García Pimienta, 20 años en el Barça y el tándem más legendario de La Masia ¡17 años! formado por Aureli Altimira y Jordi Roura.

A ninguno de ellos (y a más, a muchos más) les ha servido de mucho sus años al servicio del club. Como tampoco le sirvió a la mujer que organiza el protocolo del palco (circunstancial cuñada de 'Barto') que el día del Barça-Sevilla, de semifinales de Copa, el aún candidato Laporta le tranquilizase sobre su continuidad; como tampoco le sirvió a García Pimienta aceptar, ante Alexanko, bajarse el sueldo para seguir y, a los seis días, lo despidiesen o como tampoco le ha servido a la responsable de la Fundación una hoja de ruta inmaculada, pues había que hacer hueco a la prima del presidente.

Cuentan que al saber de determinados despidos se han escuchado aplausos en algunos despachos y pasillos de ‘can Barça’, cierto, sí, pero no es menos cierto que extraña, y mucho, que a Laporta no le guste casi nadie de los que había. Bueno, el primero que no le gustaba era Ronald Koeman y se lo dijo a la cara, pero como no quería disponer de 8 millones para despedirlo (o no encontró un sustituto mejor), tuvo que quedárselo, dañando seriamente su imagen y predicamento dentro del vestuario del Camp Nou.

Los que perdieron, ahí siguen

Laporta seguirá despidiendo y colocando a algunos amigos (tal vez aún le quede algún familiar más por contratar) y nadie, nadie, abrirá la boca pese a que a muchos (incluidos precandidatos y distinguidas personalidades del barcelonismo) la manera de hacer de la nueva junta les parezca un escándalo y, sobre todo, un estilo muy alejado del ‘més que un club’.

Como nadie contará lo que piensa de este gran follón (todos tienen primero que cobrar sus finiquitos), tal vez Laporta no se vea obligado a convocar una nueva conferencia de prensa como aquella multitudinaria en la que dijo que, a partir de ahora, "perder sí tendría consecuencias".

De momento, los que perdieron ahí siguen, con suculentos contratos y sin ganas (ni posibilidades) de irse. Como mucho, acabarán de cobrar sus millonarias fichas en el año 2030, es decir, diferidas, pero no se irán, no. Los que se han ido, despedidos con muy mal estilo, estaban en los despachos.