Vida en la Tierra

Frágiles como efímeras

A escala geológica nos pasa lo mismo que a una efímera, un insecto acuático que vive y muere en una misma tarde en un arroyo de las montañas. Una efímera no piensa en la noche, en el invierno o en el hielo

Erupción de un volcán en Congo

Erupción de un volcán en Congo / Efe / High Kinsella Cunningham

Mariano Marzo

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El tiempo geológico discurre de manera muy diferente al tiempo humano. Tomemos, por ejemplo, 50.000 años. Casi una eternidad a escala humana. Un periodo de tiempo suficiente para repetir varias veces la historia de nuestra civilización. Sin embargo, a escala geológica este lapso de tiempo es como si fuera ayer mismo. De hecho, si condensáramos toda la historia del planeta en veinticuatro horas, representaría tan solo el último segundo del día

A fuerza de utilizar esas unidades temporales tan dilatadas, los geólogos podemos llegar a atisbar el verdadero significado de la historia de miles de millones de años de la Tierra. Sin embargo, la inmensa mayoría de las personas no son geólogos, de modo que, generalizando, no resulta exagerado afirmar que el hombre vive confinado en el breve horizonte temporal de su propia experiencia y poco más. Lo que sucedió en un pasado remoto o lo que podría pasar en un futuro lejano, tiene muy poco o nada que ver con nuestras preocupaciones cotidianas y en como transcurren las siete, ocho o nueve décadas que, en el mejor de los casos, se alarga nuestra vida. Geológicamente hablando es como si todos hubiéramos nacido, crecido y fuéramos a morir prácticamente en el mismo momento y lugar, ignorando la inmensidad, temporal y espacial, que nos rodea. 

¿Por qué casi nunca pensamos en actuar proactivamente, a largo plazo, para mitigar los riesgos asociados a posibles catástrofes existenciales? Posiblemente, en buena medida, porque nuestra psicología nos juega una mala pasada

Como dice Jack Lowenstern, del Servicio Geológico de los Estados Unidos, podemos pensar en todo esto en términos de una efímera, un insecto acuático que vive y muere en una misma tarde en un arroyo de las montañas. Una efímera realmente no piensa en la noche, en el invierno o en el hielo. Ellas nunca ven otra cosa que la luz y el agua, así que ¿por qué tendría que pensar en cualquier otra cosa? A escala geológica, a nosotros nos pasa algo parecido. Me explico. 

Aunque las efímeras no vivan para ver la noche o un invierno, eso no significa que ambos fenómenos no existan. Y que nosotros no hayamos experimentado, en el transcurso de la historia de las civilizaciones, los efectos devastadores de una catástrofe existencial (aquella capaz de destruir o alterar significativamente el potencial a largo plazo de la humanidad, como por ejemplo el impacto de un asteroide de gran tamaño o una mega erupción volcánica) eso no significa que este tipo de acontecimientos no puedan golpearnos en el futuro, en cualquier momento. En los últimos diez mil años, Homo sapiens ha tenido la dosis de suerte necesaria para poder crecer y desarrollarse en un ambiente relativamente estable, que –pese a los habituales terremotos, huracanes, sequias, inundaciones, guerras, pandemias, etc.– no se ha visto empañado por una catástrofe capaz de hacer retroceder la civilización a sus inicios, o incluso de comprometer nuestra supervivencia como especie. Sin embargo, eso no es garantía de nada

Ciertamente, el hombre actual no es una efímera, incapaz de trascender más allá de sus limitaciones espaciales y temporales. Mediante la práctica científica tenemos la capacidad de proyectarnos a nosotros mismos a momentos distantes del pasado y a lugares lejanos de la galaxia. Entonces, ¿por qué casi nunca pensamos en actuar proactivamente, a largo plazo, para mitigar los riesgos asociados a posibles catástrofes existenciales? Posiblemente, en buena medida, porque nuestra psicología nos juega una mala pasada.

Asumimos que nuestra experiencia es lo normal, que ayer fue igual que hoy y que mañana será lo mismo. Pero, hasta el momento, nuestra experiencia no recoge nada especial, ya sea como individuos o como especie. En el contexto de los 4.500 millones de años de existencia de nuestro planeta, nuestra experiencia solo representa un muestreo aleatorio e infinitesimal, no más representativo del potencial total de la Tierra que unos pocos segundos lo serían de la totalidad de nuestras vidas. Como escribió el historiador Will Durant, “la civilización existe por un consentimiento geológico que puede cambiar sin previo aviso”. Para protegernos a nosotros mismos y a nuestros descendientes de riegos existenciales, muy raros, pero extremadamente letales, debemos comprender que nuestra experiencia resulta ser, salvando las distancias, comparable a la de una efímera. Así de frágiles e insignificantes somos los humanos. 

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