Opiniones

Los intrascendentes

Alumbra más una pregunta que una consigna, pero las dudas y las ironías pertenecen a aquellos que sí pero bueno, que no acaban de, que tal cosa pero

Teclado de ordenador

Teclado de ordenador / periodico

José Luis Sastre

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Es raro que en este mundo que todo lo mide –y que todo lo valora según su número: según los retuits, según los me gusta, según tus seguidores– no haya un dato sobre los artículos de opinión que se publican a diario. Aquí y fuera de aquí, que el fenómeno es global. Lo mismo que existe un alud de noticias, que los más necios aprovechan para colar en ellas falsedades, hay un torrente de opiniones que convierten en una aventura hacerse con la atención de un lector, cuando no de un 'hater', que siempre son los seguidores más atentos, dispuestos a adivinar solo con las primeras palabras de tu columna cómo será el resto. El resto de la columna y de tu vida. Es un pequeño milagro que alguien siga leyendo ahora este artículo, quizá preguntándose adónde le quiero llevar. De eso quería hablarles: del sitio al que les puedo llevar. 

Para escribir, y no siempre, solía bastar con una tesis. El propósito era aportar alguna idea y conmover al lector en su sentido más estricto: moverle hacia algún lugar en el que coincidiera o discrepara, pero que le hiciese reaccionar al cabo. Las tesis podían expresarse con afirmaciones, con contradicciones, con preguntas o con viñetas, con todo aquello que te dejara decir algo y decirlo bien, sin necesidad de ser explícito porque no hacía ninguna falta. Porque a veces tú das el principio de una frase y cada uno la completa a su manera. Ahí estaban para asistirte en eso la sugerencia y la ironía, antes de que el tiempo se pusiera malo para las metáforas. Más si eran irónicas. El tiempo se puso testosterónico y militante.   

Quizá fuera producto de la polarización, que no es una corriente que viva en la política y nada más, sino que prende en las palabras y en los artículos igual que prende en las redes y en los grupos de Whatsapp. La polarización -que es la primera fase para negar al otro- exigía una opinión posicionada -no, no es una redundancia-, exigía superar las tesis y las sugerencias. En ocasiones, exigía instrucciones. Nadie lo pide así, claro, y puede que sea una impresión -noten que tengo dudas; dudas y envidia de quienes viven entre certezas sin cansarse de tener siempre la razón-. Hablo de un clima, que se percibe al ver cómo aquellos que no sentencian si esto o lo otro, si a favor o en contra en cada cosa, empiezan a ser llamados equidistantes, acobardados. Los tibios, que ni frío ni calor y así no vamos a ninguna parte.  

Están los tiempos para el sí o el no, porque son los textos concluyentes los que más impactan, que para eso se miden los 'me gustas' y los retuits. Hace falta tenerlo claro en los indultos y en las vacunas y en la convocatoria de Sergio Ramos para la selección y en todo lo demás sin advertir que, a menudo, nada deja las cosas más claras que la expresión de una duda, sin advertir que uno puede haber tomado un día una posición y al mes siguiente, cuando nadie lo recuerde, la posición contraria, a pesar de que la hemeroteca debería regir para cualquiera, no solo para Pedro Sánchez o Pablo Casado (el caso de Albert Rivera iba aparte).  

¿No es también un artículo de opinión aquel en el que su autor admita que no lo acaba de tener claro? Alumbra más una pregunta que una consigna, pero las dudas y las ironías pertenecen a aquellos que sí pero bueno, que no acaban de, que tal cosa pero. Que quizás y que puede. Los equidistantes y acobardados. Los intrascendentes, que de eso se trataba. De trascender para que pudiésemos ir a algún sitio. Aunque la idea era que el sitio de la razón lo pudiésemos descubrir entre todos, después de muchas preguntas y antes de que fuera patrimonio de la segura certeza de unos pocos.