Dietario de la espera
La primavera de los abrazos
Sobre pícaros, quijotes, esencialismos, el paso del tiempo y otros virus implacables
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Sábado, 8 de mayo. Encuentro con amigas. Salen a la conversación las cuitas padecidas con los hijos durante la adolescencia. El chaval de una se aficionó a las fiestas 'rave' —mucho antes del coronavirus, ojo—, mientras el de otra, por el contrario, aquejado de una especie de agorafobia, no salía de casa para nada ni había forma de arrancarlo del ordenador. No sé qué habría preferido, la verdad… Sin manual de instrucciones, la vida siempre tiende a sorprenderte, a pillarte con el paso cambiado.
Lo de vacunar por franjas de edad es un obús existencial cargado de munición
Martes, 11. Cita para la primera dosis de la vacuna. El sistema funciona como una seda. Tras el pinchazo, hay que aguardar 15 minutos «por si te notas algo», indicación terrible para los hipocondriacos. Lo de vacunar por franjas de edad es un obús existencial cargado de munición. En la sala de espera, gentes más o menos de mi quinta, los 'baby boomers', devuelven reflejos especulares. No tuvimos fiestas 'rave' ni falta que hacía, pero ¿dónde quedaron los chicos y chicas de la movida? Aquellos saltos y las risas, '¿ubi sunt?'. Tal vez habría sido conveniente añadir a la inyección un suero contra el bajón nostálgico. Un señor agota su tiempo de observación en la sala y saluda a la concurrencia cincuentona con una despedida en voz alta que suena épica: «Buenas tardes y salud para todos». Le contestamos como un coro griego, con 'esprit de corps'. En términos históricos, esta pandemia es el tercer hito que vive nuestra generación tras la muerte de Franco y la caída del muro. Por la noche, la cabeza dolorida y telarañosa; submarinos extraños nadan en el río de la sangre.
Miércoles, 19. ¡Albricias!, ¡una salida, aire! Viaje a Salamanca, al Congreso de Novela y Cine Negro que organizan los profesores de la universidad Àlex Martín Escriba y Javier Sánchez Zapatero. Bellísima la ciudad, el gótico plateresco, la piedra de color cambiante según incidan sobre ella el sol cenital, la luz de arenisca del crepúsculo o la luna. Ramilletes de estudiantes a la orilla del Tormes, como ha debido de repetirse desde tiempos medievales. El puente romano y el verraco de piedra contra el que el ciego estampa la cabeza del pobre Lazarillo; le dice: arrima la oreja al vientre del animal, que oirás un gran rugido, y el niño se lleva una gran calabazada contra el toro, además de una lección: «Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo». Ah, la pérdida de la inocencia, la iniciación a la vida de pícaro. Aquí conviene ser más astuto que el mismísimo satanás, aprender a sacar tajada de cualquier situación. La picaresca y el quijotismo idealista, las dos grandes (y contrarias) aportaciones hispanas al imaginario cultural.
Viernes, 21. De regreso, con la perspectiva de una kilometrada de raíles por delante de apacible lectura, si no fuera porque una mamá entretiene a su niña con canciones en la 'tablet' a todo volumen. «Un elefante se balanceaba sobre la tela de una arañaaaa». Trato de levantar una pared de concentración, pero la manada de elefantes la embiste una y otra vez. Al final gana el pulso uno de los libros que me acompañan: 'Parte de mí' (Anagrama), el diario que Marta Sanz escribió durante el primer año de covid, dándole la vuelta a Instagram como un calcetín. Grandes hallazgos: las desconocidas casas que se esconden dentro de las casas; los objetos que esas mismas casas guardan; el sol raquítico del balcón durante el confinamiento; 'Marxterchef', o sea, Karl Marx preparando unos macarrones gratinados; el río de la sangre que remonta la corriente, esas bisabuelas, abuelas, madres, tías… 'pequeñas mujeres rojas', la novela que la pandemia no pudo congelar.
Martes, 1 de junio. Empieza el mejor mes del año (con permiso de octubre), en sí mismo una estación efímera, cuando florecen en lila los jacarandás y las brisa arranca a los tilos de la rambla de Catalunya un perfume de aguamiel. Abrazos bajo los tilos, montones de ellos. Las hambres atrasadas de tacto.
Viernes, 4. Mudanza. EL PERIÓDICO cambia de sede. Ahora será difícil tropezarse por la calle con los antiguos compañeros. En las últimas semanas, camiones enormes como la ballena de Jonás han ido tragándose las sillas, las mesas, los percheros, los archivadores… La redacción vacía como una playa en invierno. Cuánta vida vivida. ¿Qué otros tesoros escondidos no habrán aflorado de los cajones después de 27 años? Para algunos, los mejores de la juventud. Definitivamente, tendrían que haber añadido a la vacuna un antídoto contra la melancolía.
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