Miserias del negocio petrolero

El aire que te robo

De la situación frágil, insegura y hostil que crea en Nigeria una empresa como Shell también bebe el terror de Boko Haram

Mujeres desplazadas por la violencia de Boko Haram en la zona del lago Chad.

Mujeres desplazadas por la violencia de Boko Haram en la zona del lago Chad. / periodico

Emma Riverola

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En enero de 2015, una niña de unos 10 años se inmoló en un mercado de Nigeria. Su pequeño cuerpo envuelto en explosivos causó la muerte de 20 personas. Se cree que era una de las 276 alumnas de un colegio femenino que fueron secuestradas y esclavizadas por Boko Haram en abril de 2014. El ataque movilizó una importante campaña internacional. ¿Recuerdan a Michelle Obama con el cartelito #BringBackOurGirls, ‘Devuélvenos a nuestras niñas’? Lo cierto es que muchas de ellas nunca fueron rescatadas. Se calcula que hay unas 7.000 niñas cautivas de la organización terrorista. Sus cuerpos son moneda de cambio. Usados para ataques suicidas, explotación sexual o comercio de armas.

En diciembre del año pasado, Prince, un chico nigeriano de 14 años, consiguió alcanzar las islas Canarias después de pasar dos semanas oculto en un pequeño hueco de un buque carguero. Entre el casco y la pala, bajo el estruendo del motor. Llegó moribundo, enloquecido. También eran nigerianos muchos de los que ocupaban la nave industrial que se incendió en Badalona por las mismas fechas. Y son nigerianas muchas de las adolescentes que, engañadas con la promesa de una vida mejor, son vendidas y obligadas a prostituirse en nuestras calles. 

En una condena histórica, un tribunal de La Haya ha sentenciado a la compañía petrolera Shell a reducir sus emisiones a la mitad en los próximos 10 años al encontrarla responsable del cambio climático. La demanda fue interpuesta por una red internacional de organizaciones medioambientales, Amigos de la Tierra, que denunciaba a la compañía angloholandesa por continuar con la extracción petrolera a pesar de conocer los daños que provocaba. “Las víctimas de la contaminación ambiental, el acaparamiento de tierras o la explotación ahora tienen más probabilidades de ganar batallas judiciales contra las empresas involucradas”, anunció el director de Amigos de la Tierra de los Países Bajos. Pero ¿qué tiene que ver esta noticia ambiental con las anteriores historias de migración, terrorismo, miseria y muerte?  

La compañía Shell inició las prospecciones petrolíferas en el Delta del Níger en 1958. Desde entonces, ha cometido los peores desmanes con la complicidad de los gobiernos dictatoriales de Nigeria y de los países consumidores. Los continuos escapes de combustible han envenenado la tierra, la pesca y el aire. La población ha perdido su alimento, ha enfermado y muerto. Los activistas locales que se han enfrentado a los abusos han sido brutalmente reprimidos. En 2009, el Tribunal Federal de Nueva York condenó a Shell a pagar 15,5 millones de dólares por la muerte de ocho activistas en 1995. Quedó probado que, aunque fueron las autoridades militares nigerianas las que torturaron y asesinaron a los detenidos, fue Shell quien instigó, planeó y financió el brutal desenlace.  

Los abusos se han sucedido en Nigeria mientras la comunidad internacional se ha mantenido callada. De esa situación frágil, insegura y hostil también bebe el terror de Boko Haram. La contaminación, igual que la desertización, hunde a la población en la más profunda miseria. Los grupos terroristas se aprovechan de la desesperación y ofrecen medios de vida alternativos y un sustento económico. Un trágica y terrible salida, pero, al menos, una posibilidad de supervivencia.  

Cambio climático, terrorismo y migración forzada son diferentes rostros de un mismo problema. La reciente sentencia del tribunal de La Haya señala a Shell, pero cabe recordar que sus abusos no hubieran sido posibles sin la complicidad de los países consumidores. Países que favorecen el expolio y callan ante el impacto ambiental ocasionado.  

La situación de Nigeria se reproduce con otros protagonistas y otras explotaciones en los márgenes del mundo. En esos países donde la población vive asfixiada, sin un futuro posible para sus hijos. Es su desesperación la que les empuja a emprender éxodos inciertos, a atravesar desiertos o lanzarse al mar. Son los hombres, mujeres y niños que llegan a nuestras orillas. Las voces del odio claman contra ellos, los señalan como opuestos, como enemigos, como ladrones de nuestro modo de vida. Voces de la ignorancia que no quieren reconocer que, antes, nosotros les robamos el aire. 

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