Opinión | Generaciones
Periodista

Mar Calpena
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Mar Calpena
La incógnita X
No es frecuente reencontrarse sólo con los de la propia quinta, como en una extraña fiesta de reunión de ese curso que jamás compartimos

Imagen de archivo del fallecido cantante Kurt Cobain, emblema de la Generación X
Ya toca; se han abierto las citas para la vacunación de menores de 50, y ha querido la casualidad que la mía sea en el día en que ingreso en los 48. Pese a la alegría y las ganas de vacunarme, una parte de mí, la que le da demasiadas vueltas a las cosas, o acaso la más frívola, tiene un pensamiento recurrente y absurdo, que es que no sé cómo me voy a vestir. Puede que haya poca permeabilidad generacional, puede que sí que ejerzamos un tapón sobre los jóvenes -otro día hablamos del paro en mayores de 55-, pero lo cierto es que no es frecuente reencontrarse sólo con los de la propia quinta, como en una extraña fiesta de reunión de ese curso que jamás compartimos.
¿Cómo serán quienes se vacunen conmigo? ¿Cómo les habrá tratado el tiempo? ¿Habrán envejecido con más o menos gracia (aunque una crea cada vez más, como Kate Winslet, que las mujeres tenemos los cuerpos que tenemos y al que le moleste, mala suerte)? No sé si mis eventuales compañeros de cola han logrado aquello a lo que aspiraban cuando hace apenas diez años - diez años en nuestra cabeza- aún íbamos a la uni, o, cuando hace “quince” terminamos EGB, porque hay un punto en la vida de cada persona, a menudo relacionado con una muerte o un nacimiento cercanos, en el que los días parecen encarrilarse irreversiblemente. Aunque siempre hay quien da sorpresas tardías, y las crisis de la mediana edad no sean solo un cliché…
Comienza, pues, la vacunación de lo que se dio en llamar Generación X, etiqueta de los que sabemos dónde estábamos cuando murió Kurt Cobain. Según los estudios de marketing, somos adictos a la nostalgia, si bien nuestra cohorte ha echado poco la vista atrás para estudiar si teníamos algo común, más allá del año de nacimiento. Y así nos va, ahora que ya no somos jóvenes y quizás nunca estuvimos tan sobradamente preparados. A lo mejor sí es cierto que, pese a hipotecas y trabajos y familias somos algo más Peter Panes: mientras barrunto si mis coetáneos tendrán existencias más estables que la mía y con una dirección más definida y clara, igual ellos piensen de los demás lo mismo. ¿Se habrán acostumbrado ya a ser adultos? Yo, como cantaba El último de la fila, aún no lo he logrado.
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