Opinión | Editorial

El Periódico

Del espectáculo a la denuncia

No solo Rocío Carrasco ha vivido una catarsis:también la audiencia. Yla reflexión se debería extender también a todo un género televisivo

Rocío Carrasco, durante uno de los episodios de 'Rocío, contar la verdad para seguir viva'.

Rocío Carrasco, durante uno de los episodios de 'Rocío, contar la verdad para seguir viva'. / MEDIASET / TELECINCO

Llega hoy a su fin la serie documental 'Contar la verdad para seguir viva', la larga confesión de Rocío Carrasco, capítulo a capítulo, sobre su vida y su relación con quien fue su marido, Antonio David Flores, y con sus hijos, Rocío y David. Son innegables las tres circunstancias que han concurrido en este espacio televisivo que, a su vez, ha derivado en un fenómeno social. Las dolorosas declaraciones de Rocío Carrasco, y la labor pedagógica sobre qué significa la violencia machista que ha complementado cada cita semanal, han tenido un impacto innegable en la opinión pública, avivando la conciencia reivindicativa de muchas mujeres que se han visto reflejadas en la hija de Rocío Jurado y Pedro Carrasco. Aunque esa sensibiliazación ha llegado, paradójicamente, a través del espectáculo televisivo, en un giro de tuerca más al formato que lleva años ganando audiencia a base de exponer y debatir hasta la extenuación las intimidades de famosos en primer, segundo o tercer grado. Aún cabe añadir una tercera derivada:la división de la audiencia en torno a la figura de la protagonista, con desconsideraciones e incredulidades, nos sirve como llamada de alarma sobre hasta qué punto el negacionismo machista ha encontrado un entorno político y mediático que se incita a expresarse cada vez más abiertamente..  

El documento en que Rocío Carrasco confesaba los avatares de su vida, su misma promoción y los comentarios que se iban suscitando a cada nuevo capítulo podrían haber ido acompañados de una mayor dosis de autocrítica sobre el mismo género televisivo de la telerrealidad, y sobre el papel de sus presentadores y tertulianos o colaboradores. Personajes convertidos en cómplices del acoso, que han coreado durante años las acusaciones vertidas por una persona que, de ser cierto el relato expuesto a lo largo de estas semanas, encontró en los platós una forma de prolongar el maltrato. 

Las íntimas confesiones, extremadamente dramáticas, han ido jalonando los distintos espacios de la cadena, en una especie de retroalimentación muy productiva en términos de audiencia pero que, al mismo tiempo, ha surtido efectos benéficos y sorprendentes. La situación de muchas mujeres que padecen violencia de género, en determinados ambientes, está lejos de la toma de conciencia a través de proclamas feministas, de manifestaciones públicas o de denuncias efectivas. Por miedo, por desconocimiento, por la presión del mandato de género, de las imposiciones sociales o del desamparo que encuentran en las administraciones. 

Mientras se han seguido sumando las víctimas durante una primavera trágica asistimos al rearme de posiciones machistas, bandera de la extrema derecha. Es en este contexto que cabe destacar en positivo la visibilidad obtenida por la confesión de Rocío Carrasco. Ha actuado como resorte para deshacer estereotipos sociales y para que conceptos relacionados con la propia violencia de género se vuelvan populares: los maltratos físicos y psicológicos; el llamado efecto luz de gas (con la laminación progresiva de la personalidad y la autoestima de la mujer); el autoengaño o, por ejemplo, la violencia vicaria a través de los hijos, con la correspondiente réplica en forma de acusaciones sobre alienación parental.

Más allá de haber servido como catarsis para una víctima famosa, la confesión ha funcionado también como un instrumento de sensibilización, significativo y necesario.