Modelo económico
Son cosas de mayores
No se puede decir que haya sido una sorpresa que, una vez abierta de nuevo la puerta al gran turismo, Barcelona se haya tirado de cabeza al mismo modelo de antes
Cuando se pone un pie en el mundo de los negocios de formato pequeño, en seguida se ve que hay todo un mundo allá arriba que va más allá de pagar unos cuantos sueldos, el alquiler y el mantenimiento; que hay una especie de piso de arriba en el que se mueven cifras con bastantes ceros más y donde se juega mucho con lo intangible: contactos, poder, macroeconomía… Donde lo que está en juego, antes que lo que vendes, es la política.
Pensaba todo esto estos días, con todo el ruido de fondo del nuevo Hermitage y los añadidos al aeropuerto y al puerto. Lo pensaba con la perspectiva de un año entero de paréntesis, a lo largo del cual habíamos abrazado el detalle, el contenido: antes de comprar al por mayor, elegíamos con cuidado y mirábamos de comprar bien. Los números salían, aquí; sin embargo, en el piso de arriba, todo el mundo estaba nervioso.
Conociendo a esos vecinos, no se puede decir que haya sido ninguna sorpresa que, una vez abierta de nuevo la puerta al gran turismo, Barcelona se haya tirado de cabeza al mismo modelo de antes alegando que es el modelo que hace que la ciudad esté presente en el mundo. Pero es que no se puede elegir, ahora mismo, ningún otro modelo para estar en el mundo; aunque hayamos comprobado que este es una mierda, pero, claro, intenta cambiarlo ahora que estamos metidos hasta el cuello.
Lo que no puede ser es que cada vez que desde abajo decimos que no estamos de acuerdo con todo eso, la respuesta sea una especie de “callad, que son cosas de mayores”; porque efectivamente lo son, pero levantadas sobre nuestras cabezas. Volverá el turismo masivo y una de las cartas que volverá a jugarse para hacernos creer que eso es bueno será la de la cantidad de puestos de trabajo que generará; lo que no se dirá es que los sueldos no darán para pagar un alquiler y que seremos nosotros, de nuevo, quienes tendremos que inventarnos maneras para que no nos echen de casa.
Aún siendo conscientes de la inutilidad del gesto, creo que no deberíamos dejar de dar golpes en el techo con la escoba mientras, los que todavía podemos, intentamos mantenernos fuera de ese juego.
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