Lo que no prescribe

Los indultos los carga el diablo

Juicio a los presos del 1-O en el Supremo

Juicio a los presos del 1-O en el Supremo / ARCHIVO

Albert Soler

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Francamente, querida, eso de los indultos me importa un pimiento (léase poniendo voz de Clark Gable en Lo que el viento se llevó). Lo único positivo que veo en ello es que quizás, gracias a salir libres, esos tipos dejarán de escribir, en mala hora alguien les convenció de que la cárcel otorga talento, llegaron creer que si El Vaquilla se convirtió en actor, ellos podían transformarse en escritores, así, por arte de magia, solo por dormir entre rejas.

Si es para evitarle daños a la literatura, nada que objetar. Ahora bien, si justifica los indultos por la concordia y el diálogo (sic), Pedro Sánchez debería tener presente un hecho: el conflicto catalán no se puede resolver mediante indultos. De hecho, no puede resolverse de ninguna forma, por una sencilla razón: no existe conflicto catalán. El conflicto lo tienen quienes delinquieron y están en la cárcel, y tal vez sus familias -no todas, algunas deben de agradecer haberse librado del plasta del cabeza de familia-, pero los catalanes ahora mismo no tenemos otro conflicto que saber a dónde ir de vacaciones. Que alguien permanezca en la cárcel cuatro o cuarenta años, que se duche solo en casa o en comandita en el trullo, a nadie importa. Es más trascendente saber si va a renovar Messi que si Junqueras comerá de nuevo ranchos carceleros, así, en plural, en nochebuena.

No entraré aquí a valorar si merece salir libre quien amenaza con delinquir de nuevo, Sánchez sabrá, que es quien manda, pero antes de complicarse la vida con indultos que nadie le reclama, debería ser más comprensivo con los lacistas, pensar en el daño irreparable que va a causarles. Sin presos, ¿qué será de quienes han convertido el hecho de lucir lazo amarillo en razón única de vivir? El lazo amarillo no solo sirve para conseguir cargos, supone también un anhelo vital, tal vez el único de quienes lo portan. Algunos tenemos en la vida objetivos importantes, como ir al bar Fogons a tomar cerveza entre mulatas, pero esa pobre gente que los posee ya tan insignificantes como la libertad de los presos, va a quedarse sin nada, se topará con una existencia vacía.

¿Ha pensado el Gobierno español en el perjuicio que provocará entre quienes en los últimos años no han tenido otro propósito vital? Dejar libres a Junqueras, Romeva o los siameses Tururull será como castrar en vivo y sin anestesia los lacistas. ¿A qué dedicarán el tiempo? ¿Qué afanes tendrán? ¿Qué colgarán a los balcones, cuando el lazo amarillo no esté de moda? Depresiones, quizás suicidios, entre gente que había hallado un motivo para vivir.

Hasta ahora, uno sabía que en ese ático de la parte alta de la ciudad o en aquella casa con piscina de las afueras, vivía un oprimido, porque el lazo amarillo en la fachada así lo indicaba. Sin presos no habrá lazo, y para reconocer la vivienda de un oprimido deberemos fijarnos en el televisor de 72 pulgadas, la piscina olímpica, la hectárea de césped bien cortado y los tres coches en el garaje, un engorro. Con o sin presos, yo mantendría los lazos, como signo identitario, no vaya a ser que no se distinga entre auténticos catalanes oprimidos y algún ñordo venido a más, hasta ahí podríamos llegar.

Deben de quedarse en la cárcel, pero por los lacistas, que no merecen que Sánchez les hurte su alegría de vivir. No por mí, que, recuerden, me importa un pimiento. Libres o encerrados, lo que yo pienso de ellos no va a cambiar. Como le dice alguien al protagonista de la última novela de Eduardo Mendoza: mira Rufo, los delitos prescriben, pero las putadas no.

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