Opinión | Editorial
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Colau pide prórroga
El segundo mandato de la alcaldesa ha llevado a un aterrizaje en la realidad, pero se mantiene la dificultad de alcanzar consensos amplios
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, llega al ecuador de su segundo mandato en un entorno excepcional. Estaría a dos años de despedirse de la alcaldía si se mantuviera su propósito inicial de limitar su carrera municipal a dos mandatos, como parte de los nuevos planteamientos de renovación de la vida política con los que su candidatura ganó las elecciones de 2015. Desde su entorno se argumenta que, con esta legislatura tan marcada por el impacto del coronavirus, hipotecada por el tiempo muerto que ha supuesto y la labor de pura y simple reconstrucción que seguirá, resulta poco menos que imprescindible un periodo de 12 años, si los ciudadanos lo refrendan, para que su modelo de ciudad pueda consolidarse. Aunque incluso sin el coronavirus este razonamiento quizá se podría haber sostenido igualmente -algunos planteamientos acaban viéndose de otra forma tras aterrizar en la realidad-, y muy probablemente la falta de un cartel electoral alternativo en las filas de los ‘comuns’, tras un ejercicio del cargo fuertemente personalista por parte de Colau, también hubiesen llevado a justificar aspirar a este tiempo de prórroga.
Esta segunda legislatura de Colau tiene notables diferencias, algunas fruto de la reflexión, otras obligadas por las circunstancias, con la de la irrupción de Barcelona en Comú en el Ayuntamiento de Barcelona: muchas de ellas relacionadas con la situación de excepcionalidad causada por el covid. Otras, no. Pero todas marcadas por el choque entre la voluntad de renegar del modelo Barcelona tal como se había construido en los últimos años y la realidad. La soledad de los ‘comuns’ entre 2015 y 2019, acentuada por la improductiva expulsión del PSC del equipo de gobierno tras el 155 y una oposición unánimemente implacable, ha dado paso a una pragmática reconciliación con los socialistas e incluso ha encontrado en ERC una oposición constructiva a pesar de haber perdido la alcaldía tras ser el partido más votado gracias al incómodo apoyo de Manuel Valls a Colau. La política de vivienda pública ha pasado del discurso y la experimentación a los primeros hechos tangibles, que aún deberían serlo más si se remata la revisión y potenciación del 22@. La tensión constante con el asfixiado sector de la restauración ha pasado, gracias a la mano ancha con las terrazas en la vía pública, a una entente facilitada en gran parte por los buenos oficios de los de Collboni. El discurso antiturístico más elemental se ha transformado por el impacto de la pandemia: el vacío que ha dejado el turismo refrenda la necesidad de buscar alternativas pero al mismo tiempo demuestra hasta qué punto es un elemento vital para la ciudad tal y como se ha construido en las últimas décadas, y ojalá lo siga siendo. Las políticas de restricción del tráfico rodado y recuperación de espacio peatonal ha encontrado sus defensores tras una experiencia (la de Sant Antoni) más exitosa que la inicial de Poblenou; pero también muchos detractores, movilizados especialmente por las precipitadas medidas bautizadas como urbanismo táctico.
En esta polarización está una de las principales flaquezas del periodo Colau. En la puesta en marcha de políticas sin haber sabido construir antes consensos y complicidades más allá de su propia base electoral o la preferencia por desplegar con premura actuaciones con mucho más de gesto efectista que de política consolidable a largo plazo y, por lo tanto, necesitada de concertación y acuerdos amplios.
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