Obituario

En memoria de Francisco Brines, el poeta que olía el azahar

El poeta valenciano falleció el pasado jueves, una semana después de recibir el Premio Cervantes

Francisco Brines, el pasado noviembre.

Francisco Brines, el pasado noviembre. / Jorge Gil - Europa Press

Elena Hevia

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Cuando apenas nos habíamos repuesto del fallecimiento de Pepe Caballero Bonald, desaparece el valenciano Francisco Brines, una muerte temida y anunciada frente a la que recibió el Premio Cervantes casi ‘in extremis’. El pasado 13 de mayo, un día después de que los Reyes acudieran a Elca, su vieja casa de Oliva, en Valencia, el lugar donde nació hace 89 años, para entregarle el premio en la intimidad, Brines fue ingresado de urgencia por una hernia que terminó de minar la delicada salud que arrastró en los últimos tiempos. La poesía en castellano es hoy un lugar mucho más pequeño porque a esas dos desapariciones se le añade también la de Joan Margarit, también Premio Cervantes, cuya recepción también fue pandémica y en sordina.

Cuando hace seis meses se hizo público el Cervantes a Brines, el poeta apenas pudo atender a la prensa. Poco después salió al balcón de su casa donde compartió su alegría con los periodistas. Se acordó de su madre y habló del que será sin duda su último poemario titulado significativamente ‘Donde muere la muerte’, una reflexión sobre el final que ha ocupado sus últimos momentos de creación. Brines sabía que el final no estaba lejos, pero trasmitió la sensación de tener todos sus asuntos en paz: un año antes se había creado la fundación que lleva su nombre, donde está instalada su biblioteca personal de 30.000 volúmenes y donde se instaurarán sendos premios de poesía en castellano y catalán. De educadísimo estilo y cuidadoso, alcanzó a recibir el gran premio de las letras en castellano como para no dejar el menor cabo suelto en su trayectoria.

Cultivo de cítricos

Tan valenciano fue Brines que la fortuna familiar se basaba en el cultivo de naranjas y limones en su finca de Oliva, un lugar que tiene un lugar preferente como una especie de Santo Grial en su poesía. Con él se va también, de la mano de Caballero Bonald que fue vecino suyo en Madrid, el último de la generación poética de los 50 y a diferencia de muchos de sus colegas jamás se dejó tentar por la poesía política y social del momento.

Quizá Brines no tuviera la trascendencia de José Ángel Valente o la fatalidad irónica de Gil de Biedma, por poner como ejemplo dos de las voces más importantes de su generación. Él fue un indagador más modesto de la intimidad, capaz de invocar misterios a través de imágenes muy luminosas. Siguiendo el ejemplo de Luis Cernuda, el poeta de quien se declaró discípulo, mantuvo un respeto absoluto a la tradición clásica. Con Cernuda no solo compartió intereses y sintonía creativa. Como él, gran parte de su vida se desarrolló en universidades británicas (Oxford y Cambridge) donde impartió clases y en justicia el poeta andaluz se convirtió en el tema del discurso de aceptación de Brines como miembro de la Real Academia Española en el 2000.

A la espera de poder leer ‘Donde muere la muerte’, poemario del que se desconoce su estado,  bueno será entrar en el último libro publicado, la antología 'Desde Elca' (Pre-Textos) donde en 'Reencuentro' evoca: He bajado del coche / y el olor de azahar, / que tenía olvidado,  / me invade suave, denso. /He regresado a Elca / y corro, / no sé en qué año estoy / y han salido mis padres de la casa / con los brazos abiertos, / me besan, /  les sonrío, / me miran / —y están muertos—, /y de nuevo les beso.

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