La tribuna

Vender el alma no le sirvió a Fausto, y tampoco a Europa

La estrategia migratoria de los últimos 20 años, basada únicamente en restringir los flujos migratorios en lugar de gobernarlos, es ineficaz

Migrantes en Fnideq, antes de intentar cruzar a España desde Ceuta

Migrantes en Fnideq, antes de intentar cruzar a España desde Ceuta / AFP / FADEL SENNA

Ruth Ferrero-Turrión

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La crisis en la frontera de Ceuta no es una crisis migratoria, se trata, más bien, de una crisis política y diplomática entre España y Marruecos que viene arrastrando los pies desde hace ya unos cuantos meses y de la que poca gente parece haberse percatado. Al menos el Gobierno parece que no ha hecho caso a las distintas señales que venían avisando de lo que podía suceder.

Detrás de la dramática situación que se está viviendo en el Tarajal se encuentran motivaciones geopolíticas y de soberanía que utilizan a la migración como un instrumento para alcanzar objetivos políticos. 

Vayamos a los hechos. En noviembre 2020 se produjeron diversos incidentes entre marroquíes y saharauis en la zona desmilitarizada que reavivaron las hostilidades. El 10 de diciembre Trump reconocía la soberanía marroquí sobre el territorio saharaui y pillaba con el pie cambiado a toda la UE. Era la manera que los norteamericanos tenían de dar las gracias por la normalización de las relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel. El 21 de diciembre Alemania solicitaba una reunión del Consejo de Seguridad para hablar sobre la cuestión del Sahara. Y a primeros de marzo de 2021 se congelaban las relaciones diplomáticas entre Marruecos y el país germano. Y no, no era casualidad.  Todo forma parte de una estrategia de presión política puesta en marcha por el gobierno de Rabat con el apoyo norteamericano, israelí y, probablemente, británico, para forzar el reconocimiento de la soberanía magrebí sobre el territorio saharaui. A cambio, Marruecos se convierte en un peón que geopolíticamente conviene y mucho a los intereses anglonorteamericanos en la región.

Y en esta estrategia, una excelente relación con España es un estorbo. El covid-19 ha servido para ocultar algunos movimientos de calado en las relaciones con Marruecos. El aplazamiento de la Reunión de Alto Nivel, el cierre fronterizo con Ceuta y Melilla o la apertura de vuelos con Francia antes que con España obedecen a cuestiones estratégicas que no se han tenido en consideración. Y, sin embargo, Madrid ha continuado abogando por Marruecos ante sus socios europeos e incorporando a los Presupuestos ayudas al país vecino destinadas al refuerzo del control fronterizo. Sería una paradoja, si no fuera dramático.

Al amparo de Estados Unidos, Marruecos ha visto una ventana de oportunidad de presión política a través de la migración en un contexto de fuerte tensión política en España conjugada con una política migratoria europea tan errática como inútil que les deja las manos libres para ello. La crisis humanitaria que tuvo lugar en Canarias en diciembre del 2020 fue un primer aviso. Lo que sucede en estos días en la frontera de Ceuta es el segundo. 

que utiliza la migración como instrumento de presión

Solo con una política migratoria europea que se sostiene únicamente sobre la política de control de fronteras, su externalización, su militarización y la criminalización del migrante es posible que funcionen este tipo de ofensivas. Se vio en marzo del 2020, con la salida de miles de personas desde Turquía hacia la frontera griega, todas recordamos aquellas funestas palabras de la presidenta de la Comisión -"Grecia es el escudo de Europa"-, y se comprueba también ahora en la frontera de Ceuta. 

Es como si los líderes políticos no quisieran ver lo que sucede cuando vendes tu alma a regímenes no democráticos, cuando ignoras la defensa de los derechos humanos y solo te importa frenar los flujos migratorios y no gobernarlos. Y esa es la estrategia migratoria que lleva vigente desde hace veinte años en Europa. Una estrategia ineficaz, incoherente y extremadamente cara en términos de pérdidas de vidas humanas, pero también en el ámbito económico y en el de los valores con los que muchos se sienten representados. No sabemos hasta cuándo seguirá esta estrategia, esperemos que no sea hasta los discursos de odio y el nativismo sean los que controlen la escena política. Una escena que era la que Europa, tras el desastre, siempre quiso combatir. Fausto no resolvió sus problemas vendiendo su alma al diablo, España y Europa tampoco lo harán.

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