Pros y contras

La Costa Brava: un contínuo de gritos desesperados

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Josep Maria Fonalleras

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Buena parte de la conciencia ecologista en Catalunya nació en el Empordà en los años 70 del siglo XX, de la mano de ornitólogos, naturalistas, biólogos o fotógrafos como Jordi Sargatal, Marti Boada o Francesc Guillamet. Y muchos otros, que promovieron la campaña 'Salvem els aiguamolls' y que entonces eran vistos como unos alocados que luchaban por la pervivencia de una zona húmeda, infestada de mosquitos, y por cuatro pájaros (¡o cuatrocientos!). Si no llega a ser por ellos y por las locuras que hicieron, Empuriabrava (que ya es, en sí misma, una bobada colosal, un no-lugar grandilocuente, una escenografía ampulosa que deriva hacia el vacío) ahora sería un desolado parque temático que se habría comido media costa.

'Salvemos' ha sido la idea clave, con sus variantes. 'Salvem els aiguamolls' o 'Salvem S'Alguer', 'SOS Costa Brava' o, ahora, también 'Stop al Macroparc Eólic'. Un contínuo de gritos desesperados de alerta, urgentes, que nunca han dejado de estar allí y que ahora son más necesarios que nunca, viendo lo que pasa en Begur o Palamós, por ejemplo, o contemplando el tendido de cruces mortuorias en forma de molinos de viento, acuáticos gigantes que quieren atacar quijotes desde Roses a Fornells.

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