El preacuerdo
La derrota de Esquerra
ERC vuelve al redil después de una breve pataleta adolescente y se entrega a la retórica de Junts. Se confirma que el 'procesismo' es una droga muy dura
Ernest Folch
Editor y periodista
Ernest Folch
El portazo de Esquerra a Junts duró lo mismo que dura una pataleta adolescente: el tiempo justo de dar una vuelta a la manzana y volver al redil. Pero la aventura de ERC, lejos de fortalecerla, la debilitó todavía más ante el hermano mayor que la somete siempre a su antojo, y que por supuesto nunca se creyó nada de eso que decían que el pequeño de la familia se iba a vivir por su cuenta. Lo que hizo Junts fue lo que haría cualquier pariente poderoso: menospreciar al pequeño y esperar a que las aguas vuelvan a su cauce. Y claro que han vuelto: Aragonès será 'president', sí, pero después de ser cocido como un pollo ‘al ast’ en las últimas semanas, y a costa de terminar cediendo Economía y Salut de manera estruendosa y la codiciada Difusió en humillante silencio.
Sin embargo, la gran derrota de Esquerra no es ningún cargo sino haber tenido que entregarse sin condiciones otra vez a la retórica simbólica de Junts, como en los viejos tiempos: este lunes Aragonès habló de "confrontación", la palabra mágica que Junts sacó de la chistera durante la campaña del 14-F, y dijo que se "pone en marcha la nueva Generalitat republicana". Es decir, sigue la retórica vacía, las soflamas patrióticas y los castillos al aire que tanto gustan a los que precisamente fueron a amedrentar a los republicanos a su sede de la calle de Calàbria. La ERC de Sergi Sol o Joan Tardà, que hasta hace escasas horas escribían artículos inflamados resistiéndose a claudicar, ha perdido estrepitosamente ante la ERC de Sergi Sabrià, el que fue al notario a aislar al PSC como si fuera Vox. No, este no es un gobierno que vaya a ampliar ninguna base sino que seguirá percutiendo, erre que erre, sobre el mismo muro vacío, practicando el deporte favorito del independentismo desde 2015: convencer a los convencidos. Parecía que Esquerra saldría por fin del autosecuestro que un día se fabricó el soberanismo, pero no: la cabra, al final, tira al monte de siempre. Se confirma que el procesismo es una droga muy dura, a la que se vuelve incluso cuando no se quiere.
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