Después del covid

¡Viva la vida!

Venimos de serie tan ufanos de nuestro poderío que descubrir de golpe la fragilidad adquiere categoría de revelación

Fotograma de 'El olvido que seremos'

Fotograma de 'El olvido que seremos' / CAPTURA VIDEO

Carles Francino

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Somos tan chulos, venimos de serie tan ufanos de nuestro poderío –siempre que hayamos nacido en este privilegiado primer mundo– que descubrir de golpe la fragilidad adquiere categoría de revelación. Y no siempre agradable. Coldplay cantaban aquello de “Yo solía gobernar el mundo, los mares se alzaban cuando yo lo ordenaba. Ahora en la mañana duermo solo…” Es verdad que ellos hablaban de un rey de la Francia imperial, pero creo que los versos son muy adecuados para el chute de realidad –con susto incluido– que acabo de vivir, como tantas otras personas golpeadas por el covid y que pueden contarlo. En mi caso, además, contarlo ha actuado como el antídoto más potente contra el desánimo.

Ignoro si ha sido una lección o un castigo por proclamar tan a menudo mi desapego con esto de las redes, el ‘trending topic’ y su puta madre. Lo que sí sé es que he vivido una semana inolvidable en la que el cariño, la solidaridad y las emociones sanas se han impuesto de forma rotunda –o a mí me lo ha parecido– al cainismo, la estupidez y la vesania. Dice Javier Cámara en una entrevista en ‘El País Semanal’ que “no es verdad que la sociedad esté podrida; la bondad gana por goleada”. Y no puedo estar más de acuerdo con las palabras de un actor que ha superado con matrícula de honor uno de los retos más complicados de su profesión: hacer de buena persona, que es su papel en la maravillosa ‘El olvido que seremos’. Buena persona. Y decente. Y comprometida. De hecho, alguna escena de los veranos felices de la familia Abad antes de ser arrasados por la enfermedad y la violencia me recuerdan a mi propia familia.

Me sigue dando mucho pudor hablar de mí mismo, aunque debo aclarar que yo no perseguía nada de lo que ocurrió cuando el otro día regresé a la radio; pero el eco solidario de tanta gente tras mi derrumbe ante el micrófono ha sido tan brutal que –además de mucha vergüenza– siento una gratitud inmensa. Y no quiero esconder eso, porque sería incoherente con la defensa a ultranza que hice del cariño como arma de vida. Nunca me ha gustado dar lecciones a nadie ni presumir de tener la razón, pero sí creo que haberle visto las orejas al lobo –como otros miles de personas–, haber llorado la pérdida de un ser querido y haberme beneficiado del trabajo inmenso que sigue realizando el personal sanitario me otorga un modesto plus para poder compartir alguna reflexión. Por ejemplo, que está bien recordar que los hospitales o los centros de atención primaria son como enjambres donde no se para nunca. Y creo que está mal haber olvidado eso, o archivarlo a título de inventario.

Asumo, por otra parte, que la complejidad de esta pandemia ha desarbolado a gobiernos y oposiciones de todos los colores, pero en la política española –incluida la catalana, claro– hemos visto –y escuchado– cosas increíbles. E inaceptables. Y este guirigay, insoportable para mucha gente y tóxico hasta la médula, en nada contribuye a la decencia cívica. Ni a la sensatez. Pero sí, a pesar de todo prefiero quedarme con las palabras de Javier Cámara: “La bondad gana por goleada”. Ahora solo falta que se lo hagamos saber a los incívicos, a los egoístas, a los sectarios y a los inútiles. Porque si la pena y el dolor de alguien sirven para unirnos, no debería ser tan complicado remar juntos para salir adelante. De la pandemia o de lo que sea. Y me quedo también con el título de la canción de Coldplay: ¡Viva la vida!

Suscríbete para seguir leyendo