Conocidos y saludados

El impacto de un retorno

Las redes explotaron, los oyentes se conmovieron, los comentarios se multiplicaron y más de 3,1 millones de reproducciones posteriores de aquellos siete minutos intensos de radio contagiaron las gracias a la vida que le ha dado tanto... de Carles Francino

Carles Francino

Carles Francino / Cadena SER

Josep Cuní

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La primera tarde de esta semana, la radio abrió su ventana y regresó la vida. Una bocanada de aire emocionado se hacía notar. La voz entrecortada se esforzaba en cubrir los silencios obligados por la impresión de sentir los auriculares amplificando unos resoplidos de superación que la fidelidad del micrófono reproducía hasta hacerlos llegar con nitidez a un millón de oídos pendientes para apuro de quien se sabe escuchado. Las lágrimas intuidas por el oyente, imposibles de disimular por el profesional, luchaban por no barrarle el paso a sinceras palabras de agradecimiento. Los latidos del corazón acelerado no podían enmudecer las ansias de presencia de un alma inquieta que pretendía devolver todas las muestras recibidas gracias a la fuerza del cariño descrito en infinidad de mensajes desde la distancia. Como en la película.

En 1983, Hollywood nos brindó uno de aquellos melodramas que te hacían salir llorando del cine. Tan intensa era la relación e inalterable el vínculo entre una madre (Shirley MacLaine) y su hija (Debra Winger) que sus diferencias nunca fueron obstáculo para la intensidad de su aprecio. Al contrario. La distancia recortada por sus largas conversaciones telefónicas las iba uniendo cada vez más hasta que un triste final concluye con 30 años de viaje por la vida y la muerte. Quizá porque la madre es la única persona en el mundo que intuye lo que te está pasado sin necesidad de que se lo cuentes, como reza un proverbio chino.

A Carles Francino Murgades (Barcelona, 3 de enero de 1958) el título de la película se le coló en el texto del saludo el día de su retorno porque aquella expresión llegó para quedarse. Y porque a él, en solo 20 minutos, la vida le había dado un vuelco. Sucedió 47 días antes. Y, como contó, aquel breve espacio de tiempo le trasladó al otro lado de la trinchera. Allí donde la vida real supera a la narrada y la descripción siempre se queda corta. Eso cree quien dispone del micrófono aunque la audiencia concluya lo contrario, como sucedió el lunes. A partir de ahí, las redes explotaron, los oyentes se conmovieron, los comentarios se multiplicaron y más de 3,1 millones de reproducciones posteriores de aquellos siete minutos intensos de radio contagiaron las gracias a la vida que le ha dado tanto. Pocas veces el mensaje pone de manifiesto tantas cosas de su emisor. Desde la llana sinceridad de quien dice haberlas pasado canutas durante 48 horas al dolor irrefrenable de quien ha perdido para siempre a uno de sus seres queridos porque cuando la pandemia entra en una familia, todos sus miembros tiemblan. En medio, un ictus afortunadamente sin secuelas, una voz habitualmente atronadora debilitada por el temor, siete kilos menos en la consistente armadura física de un deportista consumado y la dependencia vital de quienes habían sido homenajeados en su espacio por su titánico esfuerzo durante el último año, pero sin pensar ni esperar que un aciago día después pasarían a ser la tabla de su salvación.

Y la reflexión íntima de un Carles inusualmente abrumado por la estima inabarcable de la que, de ser una hipoteca, le quedarían tantos plazos por pagar como años de vida. Así lo expuso porque él es así. Un periodista auténtico, un compañero noble, un amigo leal y un colega transparente.

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