Heridas abiertas y vacío emocional

Cañas, esvásticas y Billy Wilder

Esto no es Alemania, pero hay una correspondencia entre aquel vivir despreocupado de los años 20 y la tendencia a las cervezas, los memes y el escarnio

Barcelona 08 05 2021 Sociedad  Ambiente tras el final del toque de queda  Reportatge amb Elisenda Colell  Ambiente masivo en la Barceloneta  AUTOR  MANU MITRU

Barcelona 08 05 2021 Sociedad Ambiente tras el final del toque de queda Reportatge amb Elisenda Colell Ambiente masivo en la Barceloneta AUTOR MANU MITRU / Manu Mitru

Silvia Cruz Lapeña

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En 'Filmin' puede verseBilly Wilder habla’, una entrevista al director de cine hecha por el también realizador Volker Schlöndorff. No he visto en ese Wilder al chispeante guionista de ‘Irma la dulce’, sino a un tipo que esquiva ciertas preguntas, que parece que habla mucho pero, en realidad, dice muy poco. También es culpa del entrevistador, más empeñado en reafirmar sus ideas que en escuchar, y por eso no sólo corta a su entrevistado sino que acaba su frases cuando éste duda. No sé si, por eso, no he encontrado a Wilder tan ingenioso como lo esperaba, pero al pensar en las veces que me hizo reír con sus películas, he vuelto a ellas. 

Empiezo por ’Gente en domingo’ (1930), una crónica sobre gente normal que pasa ese día yendo al río, ligando, o durmiendo doce horas, que también eso es domingo. Wilder, que aún se hacía llamar Billie, tenía 23 años y fue su guionista. La cinta capta un Berlín luminoso, con estampas hermosas, mudas y en blanco y negro, mientras sigue a cuatro don nadies que disfrutan de la vida, entendida como una mezcla de calle, sol y cerveza. La interpretaron actores no profesionales, dirigidos por algunos de los cineastas que, como Wilder, acabarían dejando Europa para irse a Hollywood: Robert Siodmak (‘Forajidos’), Fred Zinnemann (‘Solo ante el peligro’) o Edgar G. Ulmer (‘Detour’). 

Transcurre en los años 20, conocidos en Alemania como los de la parálisis, porque aunque había aumentado la clase media, quedaban muchas secuelas de la Gran Guerra. No lo parece al ver la cinta, porque la gente sonríe, brinda y da la sensación de que no pasa nada. Pero, en el fondo, pasa todo. Se ve más claro al dar un salto de 20 años y ver la misma ciudad, retratada por el mismo Wilder, en ‘Berlín Occidente’. 

Wilder puede hacer un gag con una esvástica porque tiene ingenio para hacerlo y sus chistes contienen el dolor y la vergüenza que produjo el nazismo.

En esa película, los actores son profesionales pero parte del escenario es la ciudad real, destruida tras la Segunda Guerra Mundial; los soldados americanos no son honrados; los nazis son ridículos y las esvásticas, chistes. Ese humor no debe extrañar: Billie ya era Billy Wilder; ya era estadounidense, ya era un rey de la comedia y, sobre todo, ya le habían matado a la madre en Auschwitz. Si él puede hacer un gag con una esvástica es porque tiene ingenio para hacerlo y sus chistes contienen todo el dolor y la vergüenza que produjo el nazismo. Es muy distinto a hacer hoy, en Madrid, chuscos chascarrillos huecos, usando el fascismo sólo como vocablo, pero ignorando y despreciando su historia y su significado.

Percibo un hilo entre las dos cintas y alguien me dice que lea a Siegfried Kracauer: “Más que credos explícitos, lo que las películas reflejan son tendencias psicológicas, los estratos profundos de la mentalidad colectiva”, dice el pensador en su libro ‘De Caligari a Hitler: una historia psicológica del cine alemán’. Claro que ni Wilder, ni Ulmer, ni Siodmak adivinaron el futuro con ‘Gente en domingo’, pero viendo ambas historias seguidas es imposible no tener la sensación de que lo que rodaron aquellos chavales en los años 20 eran, aunque no pudieran entonces ni intuirlo, los polvos que más tarde traerían espesos lodos

Los captaron al inmortalizar ese “estrato profundo”, compuesto de miedos, deseos y dudas difíciles de cuantificar, en las que no reparamos ni salen en las encuestas. Puede ser el aburrimiento de quien exprime el domingo siendo, hasta sin ganas, infiel a su novia. O la incertidumbre que causa un odio inconfesable por el vecino o el hastío, que provoca excusas para no quedar con los amigos y bajas laborales sin motivo. Son estados de ánimo que no se cuentan, pero transcurren de manera subterránea y a la vez que lo que ocurre fuera: derechos sociales, paro, broncas políticas. 

Conocerlos daría un relato más completo de lo que pasa: “Los factores políticos, sociales y económicos no bastan para explicar el tremendo impacto del hitlerismo”. Leo esto y pienso en la Segunda Guerra que llegó, con las heridas de la primera aún abiertas y pienso en la crisis económica que vivimos, en pandemia, cuando aún no habíamos digerido la de 2008. Esto no es Alemania y se acabó el siglo XX, pero hay una correspondencia entre aquel vivir despreocupado de la ‘Gente en domingo’ y la tendencia enfermiza a las cañas, los memes y el escarnio. Y no digo que anticipen el futuro, pero hablan de un vacío argumental y emocional igual de preocupantes. 

Así que riamos, pero seamos serios. También con quien no lo es. Quizás así entendamos qué lleva a ese “espíritu colectivo” a embriagarse con tan poco como un rayo de sol y una cerveza.

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