Elecciones en Madrid
La victoria de un nuevo populismo
Vox era una ultraderecha con algunas diferencias a la clásica de Le Pen, porque no había emergido del rechazo a la inmigración, si no de la defensa acérrima de la unidad de España
Xavier Rius Sant
Periodista. Autor de 'Vox. El retorno de los ultras que nunca se fueron'.
Xavier Rius Sant
En abril del pasado año, una serie de comunicadores y 'youtubers' cercanos a Vox y al PP comenzaron a clamar contra el recorte de libertades que significaba encerrarnos en casa y animaron a convertir los aplausos a los sanitarios en caceroladas contra el Gobierno .A la vez que difundían o legitimaban teorías conspirativas, acusaban al Gobierno de mentir sobre la cifra de fallecidos y cuestionaban las restricciones que, según ellos, se hacían con el propósito de silenciar a la ciudadanía. Coherentemente con esta estrategia, y habiendo suspendido su actividad el Congreso más allá de las sesiones de convalidación del Estado de alarma, los 52 diputados de Vox decidieron, la semana del 3 de abril, presentarse en el Congreso y ocupar sus despachos. Acción que era una llamada a incumplir las órdenes sanitarias. Y el 19 de mayo, en la cuarta prórroga del estado de alarma, Pablo Casado anunció el no del PP, en un acto de irresponsabilidad que le alejaba de lo que hacían otros partidos conservadores europeos. Casado lo justificó así: "Evidentemente, se evitan contagios encerrando en casa a 47 millones de personas, igual que se evitan accidentes laborales y de tráfico". El no del PP tuvo lugar cuando ya se permitía salir a pasear, algo que facilitó que las caceroladas de los balcones se convirtieran, en el barrio de Salamanca y otros lugares de Madrid, en concentraciones al grito de ¡Libertad! y ¡Gobierno dimisión! Pero un par de semanas más tarde, cuando se permitió el consumo en las terrazas, las protestas terminaron. Una comunicadora ultra tuiteó: “Algunos se extrañan que las protestas hayan desaparecido. La cultura de la birra puede más que un Gobierno que nos pisotea”. Vox vio compatible la birra con la protesta y convocó, algún sábado, manifestaciones en coche en todas las capitales de provincia, en favor de la libertad.
La presidenta Ayuso no se alinea exactamente con la ultraderecha europea, pero sí con los populismos libertarios de Trump, Bolsonaro o el de los primeros meses de Boris Johnson.
Llegó el verano con las cambiantes medidas sobre la movilidad entre comunidades. Y la presidenta de Madrid denunció la madrileñofobia hacia los madrileños que iban a su segunda residencia. Y, cuando estuvo la decisión en sus manos, Ayuso mantuvo abiertas zonas comerciales y restaurantes, ganándose el apoyo de autónomos, empleados y muchos vecinos. Que hubiera más muertes era secundario, lo importante era vivir a la madrileña. La presidenta no se alineaba exactamente con la ultraderecha europea, bastante perdida (unos días negacionista, otros conspiranoica). Pero sí con los populismos libertarios de Trump, Bolsonaro o el de los primeros meses de Boris Johnson.
Hace dos años, al irrumpir Vox, decíamos que era una ultraderecha con algunas diferencias a la clásica de Le Pen, porque no había emergido del rechazo a la inmigración si no, por encima de todo, de la defensa acérrima de la unidad de España frente al secesionismo catalán y de la añoranza de una España “grande y libre”. La única ultraderecha mínimamente consolidada, anterior a Vox, era Plataforma por Catalunya, que llegó a tener 67 concejales. Pero, con el Procés, no sólo se dividieron sus votantes, si no que el debate migratorio salió de la agenda y el identitario mutó hacia si nos sentíamos catalanes o españoles, hundiéndose dicho partido, si bien dos de sus dirigentes son ahora diputados de Vox en el Parlament. Se temía que, en Madrid, venciera Isabel Díaz Ayuso, necesitando los votos de Vox, que exigiría entrar en el Gobierno. Y, tras las cartas con balas, la campaña se crispó más allá se lo sostenible. Ayuso demonizó el pacto PSOE-Podemos con su “comunismo o libertad”, cuando en Europa la mayoría de partidos liberales no dudan en pactar con verdes e izquierdistas, si evita que los ultras tengan la llave de la gobernabilidad. Que la pandemia haya provocado más víctimas no ha pasado factura a Ayuso que, con los buenos resultados obtenidos, no necesita a Vox en el Gobierno. Las birras, tener menos trabajadores en Erte y una mala estrategia de la izquierda han facilitado la victoria de este nuevo populismo. Una victoria conseguida con un acercamiento a Vox que lo debilita, y que contradice la estrategia que había marcado Casado y veremos en el PP quien acaba ganando. Afortunadamente, los buenos resultados de Mónica García, ajena a los cambios de timón en el PSOE y Podemos, abren la esperanza de una alternancia en dos años.
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