Dietario de la espera
Carne, corazón, cerebro
Sobre la relación con los cuerpos, el estallido de la primavera y otros aullidos
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
Domingo, 11 de abril. El último adiós de una pareja gay. Los Mossos detienen en el Baix Empordà a un hombre que circulaba en sentido contrario por la AP-7 y descubren un cadáver en el asiento del copiloto, con el cinturón de seguridad puesto, tapado con una manta. El conductor (66 años) se derrumba y confiesa que el cuerpo sin vida pertenece a su compañero sentimental (88 años), quien estaba ya muy enfermo cuando decidieron emprender un viaje de despedida por Europa. Se dirigían a Suiza, país de origen del difunto, cuando los detuvieron (¿puede emplearse el plural?, ¿o ya no?). Algunos medios endilgan al periplo el adjetivo «tétrico», cuando, en el fondo, se trata de una historia de amor muy bella. Lástima que la carne se empecine en descomponerse.
Escribe Raquel Taranilla: "Quizá el yerro de mi cuerpo fue olvidarse de la tierra"
Miércoles, 14. Leo el libro de Raquel Taranilla 'Mi cuerpo también' (Seix Barral), el relato autobiográfico de cómo, a finales de 2008, a la edad de 27 años, le diagnosticaron un linfoma, un cáncer en la sangre. La peregrinación por hospitales, el propio cuerpo gestionado por otros, un grito, un aullido, la infantilización del paciente, las voces de los médicos, el derecho a rebelarse y una terrible pregunta (¿por qué yo?). Sobre la relación con los cuerpos, el estallido de la primavera y otros aullidos que Taranilla responde con párrafos tan hermosos como este: «Me ha pasado a mí, que soy dura como una roca, que pertenezco a una saga de mujeres vigorosas, de cuerpos paridores, hechos a bregar con las labores del campo. […] Quizá el yerro de mi cuerpo fue olvidarse de la tierra, ser el primero de la estirpe en nacer en la ciudad contaminada, no llegar nunca a empujar un azadón». Esa equivocación la arrastramos una generación entera o dos, ajenas a la naturaleza y al cuerpo, como si fuera una mera carcasa. Por fortuna, creo que la escritora vive ahora una primavera salvaje.
Domingo, 18. Las nueve de la noche. Reparo en que llevo 48 horas exactas sin salir ni al tranco de la puerta. ¡No puede ser! Decido, pues, dar una vuelta apresurada a la manzana y, de paso, tirar la basura, tal vez en un acto reflejo, ya que empieza la campaña electoral de Madrid (inmundicia como para llenar otra bolsa). Invocan «¡libertad, libertad!», ay. Si la vida pequeña, la sucesión de los días, parece estancada en una ciénaga desde que comenzó la pandemia, la política española, desde luego, viaja disparada como un cohete Soyuz. Vete a saber hacia dónde.
Lunes, 26. Llueve barro. Se vacían las nubes sobre Barcelona como en un pasaje del Génesis: «Porque pasados aún siete días, yo haré llover sobre la Tierra cuarenta días y cuarenta noches; y raeré de sobre la faz de la Tierra a todo ser viviente que hice». Más tarde, en la ceremonia de entrega de los Oscar, cuando Frances McDormand, protagonista de 'Nomadland', sube al escenario a recoger la estatuilla a la mejor actriz, aúlla como un lobo y cita a un personaje de 'Macbeth', de Shakespeare: «No tengo palabras: mi voz está en mi espada». Aunque me entero luego de que la extravagancia representaba un homenaje a Michael Wolf (Lobo) Snyder, sonidista y mezclador de la película ganadora, quien se quitó la vida el 1 de marzo, el gesto se elevó sobre el auditorio como un aullido cósmico, el aullido que apela al sentido de la manada, a la voluntad ciega de salir de esta. Por la noche, no sé si por los ecos bíblicos de la jornada, sueño con ballenas que nadan enormes en la quietud y sueltan chorros de lodo cuando asoman a la superficie del agua.
Pablo Iglesias se marcha. ¿Qué habrá pesado más en la decisión? Lo ahogan las contradicciones
Martes, 4 de mayo. Almuerzo con un amigo a quien no veo desde hace un año, en una terraza bajo plátanos y tilos cuyo polen se aferra a la garganta como un cepo. La primavera viene desatada; hace años que no es tan primavera. ¿Será un buen presagio? Tosemos y charlamos (o al revés). A él ya le han enchufado la primera dosis (resulta inevitable que el asunto se cuele en la conversación). Me cuenta que acaricia con la esposa el plan (tentativo) de viajara Euskadi el próximo julio. Y, de repente, revive el sueño de visitar esas localidades que fueron en su día aldeas balleneras —Bermeo, Getaria, Hondarribia, Lekeitio, Zarautz— y respirar como un cetáceo, soltando un chorro loco de alegría por la cabeza.
Viernes, 7. A vueltas con lo de Pablo Iglesias. Que deja la política, dice, todos sus cargos. Lo ahogan las contradicciones; no sabe sostenerlas. Qué habrá pesado más, ¿la carne apaleada? (le han dado estopa como a nadie). ¿El corazón? ¿O bien el cerebro maquinador? Por lo menos, hay coherencia en la decisión, pues sabe que ha defraudado las expectativas que había generado.
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