Opinión | Editorial

El Periódico

Seguir alerta tras el estado de alarma

Hay que recordar que estamos inmersos todavía en plena pandemia y que siguen vigentes, con aval judicial, numerosas restricciones

Botellón en la Barceloneta

Botellón en la Barceloneta / MANU MITRU

En la noche de este sábado viviremos una situación inaudita, instalados en la anomalía de tener que guardar el toque de queda desde las 22 h. hasta que suenen las campanadas de las 24 h., que anunciarán el fin del estado de alarma y, en consecuencia, en Catalunya, la libre circulación de personas sin las restricciones que han durado seis meses. A esta medida, que no es igual en todas las comunidades autónomas, con regulaciones diversas y sometidas a decisiones judiciales dispares, se añadirán el alargamiento del horario de cierre de los bares y restaurantes, hasta las 23 h., y también de los eventos culturales y de las tiendas.

Después de tanto tiempo, con el decaimiento del estado de alarma es muy probable, como así se palpa en el ambiente, que se viva una especie de euforia colectiva que no debería acabar recordando a las aglomeraciones festivas de la verbena de Sant Joan o de Nochevieja. Eso quieren evitar los responsables policiales, que han presentado un dispositivo similar al que se da en estas celebraciones para controlar los hipotéticos excesos que pueden ocurrir en este primer paso importante de la actual desescalada.

Los datos que se manejan en la actualidad nos hacen ser optimistas. Ya se ha vacunado, al menos con una dosis, una cuarta parte de la población, y los índices más importantes siguen con una tendencia a la baja, empezando por el número de hospitalizados y siguiendo con la RT (inferior a 1), la incidencia acumulada o la positividad, que está a punto de bajar de los niveles máximos aconsejados por la OMS. Aupados en estas cifras entra dentro de la normalidad que se viva una notable distensión. 

Hay que recordar, sin embargo, que estamos inmersos todavía en plena pandemia, muy lejos aún de conseguir retomar la normalidad y que siguen vigentes, con aval judicial, medidas como la limitación del número de personas que pueden coincidir en las reuniones o encuentros entre familiares y amigos (seis en Catalunya) y las normas sobre el uso de la mascarilla.  

La flexibilización es un evidente balón de oxígeno para la restauración y también un atisbo de luz al final del túnel para la ciudadanía, pero no está de más advertir de los peligros de una relajación que podría ser ilusoria si no se siguen los preceptos básicos de prevención: la distancia social, la higiene y la mascarilla protectora. Se trata de ser responsables de nuestros propios actos, conscientes que aún queda trecho por recorrer. Aún estamos lejos de la inmunización de grupo y la pandemia sigue siendo una realidad dramática. Si dejamos de estar alerta, como sucedió el pasado verano, y desde un punto de partida en algunos casos, no en todos, peor, corremos el riesgo de tener que volver a dar pasos atrás.  n