Inteligencia artificial
Sophia o el solucionismo tecnológico en comunicación política
La utilización de un chatbot en las elecciones de Madrid nos debe alertar de la adopción acrítica y sensacionalista de ciertas tecnologías por parte de los servicios públicos y los efectos adversos en la democracia representativa.
Liliana Arroyo
Doctora en Sociología, especializada en transformación digital e innovación social. ESADE
Liliana Arroyo
El primer dato que arrojó era erróneo. Sophia, el robot humanoide que atendía a periodistas en el centro de datos de IFEMA, es un chatbot de preguntas frecuentes con cuerpo. Su capacidad de entender y procesar preguntas le sirve básicamente para identificar cuál de las respuestas preparadas se ajusta mejor a la demanda. Quedó claro que la calidad de las réplicas depende de la información que tenga la base de datos. Así, cuando empezó el día indicando cuántas personas estaban llamadas a las urnas, usó el censo electoral publicado a mediados de marzo, en lugar de la versión posterior a las reclamaciones. Un error numérico de unas decenas, pero cualitativamente destacable.
El lunes fue la atracción de la jornada de reflexión y los titulares más grandilocuentes anunciaban que, por primera vez, se aplicaba Inteligencia Artificial a un proceso electoral en España. Siguieron algunas anécdotas durante la jornada por algunas respuestas inesperadas y aleatorias, pero el gran despliegue no trascendió en hazañas. Mucho ruido y pocas nueces, es la tónica que caracteriza nuestras ensoñaciones con la tecnología. Ahora bien, la actuación de Sophia nos plantea debates que van más allá de sus capacidades de computación. Es una auténtica metáfora del determinismo tecnológico, que está cada vez más presente en la política con fines comunicativos. Y aquí me preocupan tres cosas: cómo la industria tecnológica está aprovechando ese nicho, la adopción acrítica y sensacionalista por parte de los servicios públicos y los efectos adversos en la democracia representativa.
Preocupan tres cosas: cómo la industria tecnológica está aprovechando ese nicho, la adopción acrítica por parte de los servicios públicos y los efectos adversos en la democracia representativa
La pandemia ha reforzado claramente las apuestas por los prototipos humanoides, que pueden limitar la exposición a riesgos de contagio en sectores como la atención sanitaria, la educación o los cuidados. Con el imperativo de la distancia social, empresas como Hansons Robotics (creadores de Sophia) están aprovechando el contexto para posicionar sus productos. Conviene remarcar que su presencia en IFEMA fue una cesión de la empresa. Casualmente, refuerza el propósito de año nuevo que anunciaron en enero: ampliar la producción y la visibilidad. Después de pasear a Sophia por ferias tecnológicas de medio mundo, es el momento de ubicarla en espacios más centrales de la vida social.
Es probable que cualquier administración hubiera aceptado esta cesión (y más en fechas de campaña electoral). Poner 'tecnología' que nos conecte con ensoñaciones futuristas es un gesto efectista. Es más fácil hacerle la foto a Sophia vestida de candidata que a unas líneas de código. Eso seguro que va a llamar la atención de los medios, ansiosos de combinar palabras clave en titulares 'clickbait', sin importar demasiado qué hay de rigor en todo ello. Lo importante es que sabe a victoria inmediata en el imaginario: por eso se consolida un mercado específico de escaparate tecnológico para la propaganda. El resultado suele ser que una parte del presupuesto público se va a tecnologías o dispositivos que prometen más de lo que aportan, sin que nadie pueda verlo a tiempo.
Ahora bien, la exhibición de Sophia también nos deja inquietantes preguntas sobre el futuro de la política y la representación. Algunos pensarán en la automatización de los gobiernos y hay quien dice que, si los programas de gobierno se gestionaran con Blockchain, sería una buena manera de acabar con la corrupción. Pero lo que más me preocupa es algo mucho más plausible, a corto plazo: que a las ruedas de prensa asistan Sophias, en vez de cargos electos. Esconderse detrás de la robot humanoide permite administrar respuestas prefabricadas e interponer trabas al escrutinio, que se supone que deberían tener las personas que nos representan. Teniendo en cuenta que, según el Eurobarómetro de abril, el 90% de los españoles desconfían de los partidos políticos, no me parece tan descabellado que se adopte como vía para esquivar ruedas de prensa y dar explicaciones. De la misma forma que se anunciaron apps de rastreo para tapar la falta de tests, hace un año, el próximo episodio podría usar una robot afable como barrera de elusión. Tomemos nota: saber detectar el solucionismo tecnológico también es alfabetización digital.
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