Opinión | Editorial

El Periódico

El drama de vivir en soledad

La pandemia no ha hecho sino acentuar, con su dramatismo, un escenario que permanece escondido y oscuro para una sociedad que no atiende como debiera a sus mayores

Soledad 8 Un jubilado, en un banco del recinto de la Escola Industrial de Barcelona.

Soledad 8 Un jubilado, en un banco del recinto de la Escola Industrial de Barcelona.

Cuando hablamos de la situación de las personas mayores que viven solas, la palabra que más se repite es soledad. Y también vulnerabilidad. Y aislamiento. Se trata de más de 300.000 ciudadanos con más de 65 años. De ellos, casi la mitad sobrepasan los 80. En 15 años, esta cifra se habrá elevado hasta el medio millón de ancianos y, según los datos estadísticos, llegará al millón en el 2050. 

En la panorámica que analizaba EL PERIODICO hace unos días a partir del aumento de la cantidad de personas de la tercera edad en la perspectiva de las próximas décadas, merece un punto y aparte el estado físico y emocional y la fragilidad de todas aquellas que afrontan la última etapa de la vida sin una sólida red asistencial, más allá de iniciativas de entidades solidarias o de mecanismos de urgencia de unas instituciones que no han cuantificado la magnitud del problema y, en consecuencia, no han actuado hasta ahora en consecuencia, excepto en casos concretos. La pandemia no ha hecho sino acentuar, con su dramatismo, un escenario que permanece escondido y oscuro para una sociedad que no atiende como debiera a sus mayores. Asociaciones como Amics de la Gent Gran, además, avisan de un reto enorme, «porque los hogares unipersonales van a crecer de forma abrumadora», con lo cual es urgente establecer «un pacto social contra la soledad y el aislamiento de la tercera edad». 

La fragilidad de su situación y la falta de soluciones tangibles se concretan en diversos aspectos de su existencia y se traducen en cifras alarmantes. Empezando por los suicidios. En Catalunya, cada mes, de media, se quitan la vida seis octogenarios, sin contar con los intentos que, en la franja de mayores de 65, llegan a ser de uno al día. Es un drama en toda la regla que es fruto de depresiones profundas causadas en buena parte por la falta de perspectivas vitales y de compañía cercana, sin más salida que esta decisión irreversible. Al mismo tiempo, en otro orden de cosas, la vulnerabilidad se concreta en estafas y otros delitos económicos, perpetrados por quienes se aprovechan de su indefensión o su ignorancia, o incluso por cuidadores o familiares más o menos cercanos que no atienden a sus necesidades pero que ejercen sobre ellos violencias y chantajes que a veces también derivan en abusos sexuales. 

El aislamiento es fuente, asimismo, de una mortalidad creciente, relacionada con accidentes domésticos, desde incendios en hogares (más de la mitad de los fallecidos por este motivo son mayores de 65 años) a caídas que derivan en un desenlace fatal: en Catalunya, cada dos días fallece un anciano por esta causa. 

Es cierto que funcionan medidas que sirven como anclaje y red de ayuda, como la teleasistencia promovida por ayuntamientos y entidades, como Cruz Roja o como la Diputación de Barcelona, que ha puesto en práctica una tecnología de detección de humos, pero se trata de promover estrategias de las distintas instituciones para que, de manera coordinada, aborden este drama silente no solo desde el voluntariado (que ya existe) o la sensibilización, sino también a partir de herramientas sanitarias y sociales, eficaces y duraderas, que como mínimo atenúen el sufrimiento de los ancianos solos.