'Casting' en tiempos de pandemia
La réplica
Miro al actor que hace la prueba, pero también escucho con deleite los acentos de esas voces sin rostro que surgen del contracampo y fantaseo con su identidad
Ángeles González-Sinde
Escritora y guionista.
Ángeles González Sinde
No dicen hace bueno o hace malo, dicen “salió un día…”.“Salió” como si las nubes o el sol, la lluvia o el viento tocaran en un sorteo. La expresión incluye, a mi entender, partes iguales de sorpresa, de gratitud y de admiración. Se acepta que cada día será distinto y que lo impredecible es de esperar. Es una manera de relacionarse con el clima totalmente distinta de la mía que soy mesetaria. Estoy en el Norte donde las mujeres tienen nombres sonoros que no había oído antes y que me gustan como Goreti, en honor a la santa y mártir del siglo XX, o Dorleta, una virgen que tiene su santuario en Álava y es la patrona los ciclistas o 'txirrindularis'.
Los días nos están saliendo grises y lluviosos, pero no importa, porque no vinimos al Norte buscando el sol, sino paisajes verdes y no hay musgo ni helechos ni hortensias sin sirimiri. Cuando aquí te hablan de la climatología, no hay resentimiento ni decepción, como lo habría en el comentario derrotado y resignado de un labrador castellano. Nosotros decimos “hace bueno” o “hace malo” recurriendo a un verbo impersonal que alude implícitamente a una voluntad, tal vez de Dios o quizá del destino. Hay pesar en nuestro “hace sol” o “hace frío”. Somos víctimas de sequías pertinaces, de heladas intempestivas, de granizadas a destiempo, de ríos escuálidos, estamos más acostumbrados a manejarnos en la escasez que a disfrutar de ciclos de abundancia que se repiten y suelen salir bien.
En el “salió” de las gentes de las tierras ablandadas por la lluvia en las que el arado se hinca son facilidad, encuentro más alegría. Están dispuestos a mirar al cielo cada mañana y dejarse sorprender, no como nosotros que siempre querríamos otra cosa distinta: menos frío en invierno, menos bochorno en verano, menos viento en primavera. En el Norte es como si cada día fuera el primero, como si ellos tuvieran mucha más conciencia del azar que rige el cosmos, supieran que nadie tiene ni culpa ni mérito del sol y de las nubes pues la naturaleza es repetición y simultáneamente cambio y, en cualquier caso, los hombres y mujeres ¿qué somos, sino comparsas?
Pienso en todo esto mientras ensayo con los actores una secuencia en la que un joven Guardia Civil recién incorporado a su primer destino interroga al potencial testigo de un secuestro. Estamos en 1977, años de plomo, y este joven guardia del Sur siente miedo en el Norte. Siempre me interesó el temor de quien eligió como profesión ser valiente. El Guardia de mi escena se siente indefenso y acobardado ante el hombre huraño que habita el bosque y oye y huele y ve mucho más que él. Sus ojos de andaluz no saben orientarse en la niebla, no conoce más árboles que los olivos y quiere hacer bien su trabajo, pero, a la vez, teme que esas nubes posadas en el hayedo se lo traguen. Es un guardia sin vocación de disparar, para quien la Benemérita es solo un medio para ganar un jornal y escapar de la miseria.
Para la grabación que el actor nos envió semanas atrás durante el proceso de selección, se colocó ante una cámara, posiblemente la de su móvil, y recitó los diálogos ante una pared cualquiera de su casa. Una voz femenina le daba la réplica, invisible para mí, pues el objeto de la prueba era él. Así se hacen las audiciones a los actores en tiempos de pandemia. La primera ronda del “casting” son autograbaciones domésticas o “self-tapes”. A partir de ahí los directores elegimos a quienes se acercan más al personaje que tenemos en la cabeza y los convocamos a una segunda vuelta. Como tantas otras cosas, son procesos que antes de la pandemia rechazaba y en cambio ahora encuentro muy útiles. Me admira la calidad y el buen hacer de los actores y actrices, más profesionales que nunca, interpretando a su aire personajes de los que apenas saben nada, únicamente lo que pueden deducir de las cuartillas que reciben y que recrean sin maquillaje, ni vestuario, ni luces, ni decorado. Cuentan, eso sí, con quien les da la réplica. Se apoyan en su novia, su representante, su compañero de piso, un colega de oficio… Miro al actor que hace la prueba, pero también escucho con deleite los acentos de esas voces sin rostro que surgen del contracampo y fantaseo con su identidad, su vínculo… Escuchar sus réplicas me hace viajar a lugares que hace más de un año que no piso. Como en la vida, cuántos mundos contenemos dentro y qué poco conscientes somos.
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