Relaciones internacionales

El amigo chino

Frente a la actual beligerancia estadounidense, la Unión Europea sigue tratando de encontrar su propio tono en la relación con la potencia asiática

Imagen de la cumbre bilateral en la ciudad de Anchorage, en el estado de Alaska.

Imagen de la cumbre bilateral en la ciudad de Anchorage, en el estado de Alaska. / EFE

Cristina Manzano

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Me van a perdonar la anécdota personal. Hace algunos años tuve la suerte de asistir a un curso en Harvard por el que pasaron algunas de las figuras más destacadas en el campo de las relaciones internacionales. Fue poco antes de la victoria de Donald Trump, pero el mundo estaba ya en pleno proceso de reconfiguración. Y sin embargo allí, en la meca de las ideas globales, me quedó la sensación de que para ellos el enemigo seguía siendo Rusia. Ante el ya entonces más que visible ascenso de China mostraban cierta conmiseración, cuando no abierto desprecio.

Hoy Occidente se divide cada vez más entre los que ven a la potencia asiática como un rival existencial al que combatir sin tregua y los que, ya sea por simpatía ante los logros alcanzados, por determinismo histórico o por puro interés –los más-, optan por subirse a la ola china. También están quienes no quieren elegir entre el Imperio del Este y el del Oeste, como declara la opinión pública europea. Y sigo pensando que parte de la actual beligerancia americana hacia China tiene su origen en la frustración por no haber querido, podido o sabido entender a tiempo las profundas transformaciones que estaba impulsando Pekín.

Mucho se ha escrito y dicho desde entonces, pero en la batalla por el conocimiento mutuo los chinos, con su perseverancia y su visión a largo plazo, llevan ventaja.Un reciente documento trata de paliar, en parte, ese déficit. Publicado por 'Atlantic Council', "El telegrama más largo" dibuja una nueva estrategia para Estados Unidos en sus relaciones con China. El título hace referencia a un memorándum del famoso diplomático estadounidense George Kennan sobre la Unión Soviética en plena posguerra. En él enunció el principio de la contención, que marcaría la política de su país hacia Moscú durante las décadas siguientes.

El autor o autora de este nuevo telegrama, “un alto funcionario de la administración americana con gran conocimiento y experiencia en China”, ha preferido permanecer en el anonimato. Según él, “el desafío más importante al que se enfrenta Estados Unidos en el siglo XXI es el ascenso de una China cada vez más autoritaria bajo el presidente y secretario general Xi Jinping. La estrategia de EEUU debe centrarse en Xi, en su círculo más cercano y en el contexto político en el que gobiernan”.Un objetivo crucial es convencer a las élites chinas de que lo mejor para los intereses de su país es seguir operando en el orden internacional liderado por Washington en lugar de construir uno propio, como están haciendo. Recorre los principios que deberían guiar la política americana y ofrece pautas muy concretas para su desarrollo, teniendo, eso sí, como horizonte un largo plazo a menudo reñido con los tiempos electorales. Intereses, instrumentos y algo de valores. De superpotencia a superpotencia aspirante.

De momento, la primera reunión de alto nivel celebrada entre la nueva Administración Biden y la no tan nueva china, hace un mes en Alaska, fue a cara de perro. Cuánto hubo de postureo y cuánto de enfrentamiento real está todavía por verse.

Mientras, la Unión Europea sigue tratando de encontrar su propio tono en la relación con China. Bruselas parece haberse dado cuenta de que Pekín entiende sobre todo el lenguaje de la fuerza –económica, en este caso- y ha tratado de incluir sus reglas y su firmeza en el tratado de inversiones firmado con la potencia asiática a finales de diciembre. El acuerdo, sin embargo, tropezó en marzo en el Parlamento Europeo con el intercambio de sanciones a cuenta de la violación de derechos humanos en Xinjian.

Al mismo tiempo, Europa busca mantener el equilibrio con Washington cuando aspira a renovar una relación transatlántica muy dañada durante la era Trump.

¿Y dónde está España en todo esto? Muy lejos. Por distancia, por historia, por idioma. Solo un ejemplo: las escasísimas menciones en la Comisión de Exteriores del Congreso al país asiático. Lo normal es que España participe y aporte a la visión europea. Pero para ello hay que invertir no solo en proyección económica y empresarial, sino en conocimiento, en ideas, en comprensión. Si nuestra política hacia China es puro seguidismo, estaremos dando la espalda al país que ya está reconfigurando las relaciones internacionales en el siglo XXI.

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