BARRACA Y TANGANA

No entender ni media

Tus futbolistas favoritos no saben retirarse y tú tampoco. Te aferras a las noches sin sentido igual que ellos a los últimos contratos

Lukaku e Ibrahimovic, encarados en el derbi milanés.

Lukaku e Ibrahimovic, encarados en el derbi milanés. / Reuters / Daniele Mascolo

Enrique Ballester

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Tenía la vida más o menos controlada hasta que me enteré de que la carbonara no lleva nata. Piensas que entiendes algo hasta que las convicciones con las que creces se desmoronan. Crees que lo sabes todo, o casi todo, hacia el final de la educación obligatoria. Crees que lo puedes todo hasta que empieza la práctica. Crees que lo comprendes todo, o casi todo, mientras eres joven y te empuja la ola buena. Después pasa un tiempo y cambian hasta los nombres de los países. Después pasa un tiempo, echas un vistazo y nada sigue donde estaba, y nada es lo que era. Todo aquello que te definía, ahora -con demasiada frecuencia- no merece la pena.

Pasa un tiempo y empieza otro que ya no es el tuyo. Tu lógica de confort salta por los aires. El 4-3-3 ya no es un sistema infalible. Igual es mejor sacar los córneres en corto. Aparecen problemas que no se resuelven añadiendo un centrocampista por dentro. Tus futbolistas favoritos no saben retirarse y tú tampoco. Te aferras a las noches sin sentido igual que ellos a los últimos contratos. Ellos y tú ensuciaréis un bonito legado. Rebuscas defectos en los nuevos ídolos, incapaz de asumir que quizá sean mejores que los que se evaporan. La música que triunfa te suena ajena. Los que admirabas te decepcionan. Ese libro que gusta a todo el mundo a ti no te gusta nada. Te quedas sin referentes porque tú deberías ser el referente. Pero tú acabas de descubrir que al agua donde se cuece la pasta no hay echarle aceite.

Pensáis que los futbolistas sobreactúan porque no habéis visto a mi hija quejándose por tener que acabarse el plato de macarrones carbonara. Hay futbolistas capaces de generar peligro de donde no lo hay, igual que mi hija es capaz de generar un drama de la nada. Mi equipo suele fichar jugadores capaces de generar peligro de donde no lo hay, pero en nuestra portería, no en la contraria. A Delia se le cae el drama de los bolsillos, pero al rato se le pasa. Hace poco trajo el boletín de notas del trimestre y eran todas superbuenas. Qué asco das, le dije, todo sobresalientes. Quizá no fuera la mejor idea. Lo apunté entonces y lo subrayo ahora.

No sé si está relacionado el tema, pero mi hija suspendió esta semana un examen por vez primera. Salió del cole como salía yo de los partidos perdidos: tirando la mochila a los pies de mi padre y pidiendo dinero para la merienda. Me contó lo del 4,6 en matemáticas: resulta que no había entendido unos ejercicios, vaya, qué pena. Me reí un rato de ella, que quizá tampoco fuera la mejor idea. No le cabía en la cabeza lo de haber suspendido, se preguntaba cómo le había podido pasar algo así, si estas cosas de la vida no eran para chicas como ella. Como no le interesa el fútbol desconoce lo habitual de la derrota, y ni siquiera sospecha que esta es solo la primera. Ya le explicará otro la verdad, yo le di la merienda.

También le comenté varias alternativas que podrían ser útiles para la nueva Delia, la que no aprueba, todas ellas basadas en la delincuencia, por si acaso, porque le aseguré que si suspendes un examen en cuarto de Primaria, es la única salida que queda. Ojalá piense que tenía la vida más o menos controlada hasta el 4,6 en matemáticas. Sería nuestro vínculo, una conexión preciosa: la confusión, la añoranza y no entender ni media. El tiempo dirá si fue la mejor idea.