La nota

Mariano Puig

Supo transformar una pequeña empresa en una gran multinacional que es hoy una de las líderes del mundo de la perfumería

Mariano Puig (en primer término) y su hijo, Marc Puig.

Mariano Puig (en primer término) y su hijo, Marc Puig.

Joan Tapia

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El martes, a los 93 años, murió Mariano Puig Planas, uno de los principales empresarios que más huella han dejado en la industria catalana y española desde la segunda mitad del pasado siglo. Lo vi por última vez el pasado julio, junto a su esposa María Guasch, su hijo Marià y unos pocos amigos, en un almuerzo en su casa de la Bonanova. Quería disfrutar de una distendida conversación e intercambiar ideas sobre la marcha del país. Empresario hasta la médula sabía que, sin estabilidad política, todo era más complicado. Y, nunca alarmista, sí estaba preocupado. Por el coronavirus y la falta de entendimiento en Catalunya, entre Barcelona y Madrid y dentro de España.

“Antes de la guerra (1936) teníamos una actividad básicamente comercial. Mi padre importaba y distribuía productos franceses. Pero en el 39 se cerraron las fronteras y para seguir nos dedicamos a fabricar. Tuvimos un gran éxito con la Lavanda Puig e incluso penetramos en el marcado americano. Pero solo con la marca Puig era difícil. De cara al mercado mundial, optamos por comprar Paco Rabanne. Pero la tarde que acabamos la dura negociación estalló en París la revuelta de mayo del 68. Gran susto, pero no nos equivocamos. Hoy más del 80% de nuestras ventas se hacen fuera de España, tenemos filiales en 150 países y la lengua de la compañía es el inglés”. Así me vino a resumir hace unos pocos años la historia de la compañía.

“Con mis hermanos Antonio, Enrique y José María (los dos primeros fallecidos) no fue fácil estar siempre de acuerdo, pero siempre lo acabamos estando. Había que tirar la empresa adelante. Y luego supimos -tampoco fue coser y cantar- traspasar la responsabilidad a nuestros muchos hijos. Como me dijo mi padre, en la vida hay que aprobar cinco asignaturas: aprender a hacer, hacer, enseñar a hacer, hacer hacer, y dejar hacer. Hemos cumplido”. Y ahora uno de sus hijos, Marc, dirige la compañía y preside el Instituto de la Empresa Familiar que fundó junto a Leopoldo Rodés. 

“No podía ser que nuestras prósperas empresas familiares, uno de los activos del país, tuvieran que ser vendidas, a veces a multinacionales, a la muerte de sus propietarios para pagar sucesiones. Este era un gran cuello de botella y el IEF lo afrontó. Pujol y Alavedra ayudaron, pero Felipe González, un estadista, lo asumió. Así las empresas familiares son hoy uno de los puntos fuertes de muestra economía”.

“Siempre me he sentido catalán, catalán y catalán, pero no por ello menos español. No es sensato ni inteligente lo que ahora pasa. Dividir al país… lo empobrece. Y la independencia no solo no lleva a ninguna parte, sino que nos perjudicará. Me duele lo que ha pasado con CDC. Lo hicieron bien. No siempre estuve de acuerdo con Pujol, pero captaba la realidad. Ahora…Tanto que les ayudamos y hoy lo pagan así”. Y le recuerdo de pie, en el Palau Macaya, hablando desde el publico y diciendo al 'conseller' Santi Vila que había que evitar la declaración unilateral. Me sorprendió que expresara en voz alta y con fuerza lo que antes decía en privado.

Creo que mi mejor recuerdo de Mariano Puig es explicitar algunas de sus reflexiones que creo que le definen. ¿Cuál fue la clave de su éxito? El trabajo, por supuesto. Pero también sabía oler (exacto verbo) y era curioso, optimista y afable. Le gustaba disfrutar (y presumir) de los tomates de su huerto, conversar y tender puentes. En Barcelona, también en Madrid, París o Nueva York. Y en los veranos desde su barco que atracaba en distintos puertos del Mediterráneo.

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