Ágora

'Freedom is not free': la guerra de Estados Unidos contra la pandemia

Tras el desconcierto inicial, el país hizo los deberes; desgraciadamente Europa no siguió la misma trayectoria

Estudiantes reciben la vacuna contra el covid, en Brentwood (Nueva York).

Estudiantes reciben la vacuna contra el covid, en Brentwood (Nueva York). / Michael M. Santiago / Efe

Ainhoa Moll

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Cuando en el año 2006 me trasladé a vivir a Londres se me quedó grabado un comentario sobre el sistema sanitario inglés: "Ni se te ocurra pisar un hospital británico, si tienes que ir al médico, coges un avión y vuelves a España".

Por aquel entonces nuestra confianza en el sistema sanitario español era absoluta y como las conexiones aéreas eran fáciles y baratas, el tema no resultaba del todo descabellado. ¿No hablaban los periódicos constantemente de cómo el enfermo inglés se beneficiaba de nuestros hospitales?

Afortunadamente no se presentó la ocasión y me quedé sin resolver la duda de si el National Health Service es merecedor de tanta desconfianza, pero a día de hoy, los datos indican que el país lleva, junto a Israel y Estados Unidos, la campaña de vacunación del covid más rápida y efectiva del mundo. En pocos días, el 50% de la población estará protegida y en unos días está previsto que se alcance la inmunidad de rebaño. Alguna cosa deben haber hecho bien en el Reino Unido.

Actualmente me encuentro en Nueva York. Aquí nadie duda de la calidad de los hospitales, pero no existe un sistema público de salud como entendemos en Europa. Todo funciona a través de aseguradoras privadas que ofrecen infinidad de productos con coberturas diversas. Normalmente el empleador ofrece seguro médico a sus trabajadores, pero suele tener limitaciones. Por otro lado, el elevado precio de las mutuas hace que las familias con pocos recursos accedan a ellas gracias a subvenciones públicas, el famoso Medicaid. El sistema es, en verdad, tremendamente complicado y deja desprotegidos a millones de personas.

La pandemia puso en jaque al país, pero tras el desconcierto inicial la maquinaria arrancó. La insuficiente cobertura médica de los estadounidenses resultó letal en la primera fase del covid por lo que el Gobierno federal se vio obligado a asegurar asistencia hospitalaria gratuita a los que carecían de seguro. Paralelamente se abrieron infinidad de centros masivos y gratuitos para testar a la población. La prioridad era detectar casos para frenar los contagios. Se involucró al Ejército en prácticamente todas las tareas logísticas, desde el control de formularios de salud de entrada al país hasta el montaje y la custodia de centros de campaña. La actividad económica se ralentizó y se restringió el ocio, pero en ningún momento se decretó el confinamiento de la población al estilo europeo porque hubiera supuesto la renuncia a uno de los bienes más preciados del país, la libertad individual. Los estados republicanos fueron los más reacios a las restricciones, pero tampoco los demócratas fueron mucho más allá de imponer la mascarilla y recomendar distancia social. En Europa cuesta entenderlo, pero resulta ilustrativa la frase que reza en el memorial a la Guerra de Corea del National Mall de Washington: 'La libertad no es gratis' ('Freedom is not free'). América estaba dispuesta a pagar su precio y aun así ganar la guerra.

En diciembre comenzó la fase de vacunación y el despliegue de centros masivos. La campaña ha sido rápida y eficaz. El ciudadano puede, además, elegir día, hora, lugar y vacuna. Desde hace una semana se pueden inmunizar todos los mayores de 16 años. El resultado es que en Nueva York las hospitalizaciones caen a diario y que el 40% de la población ya tiene, por lo menos, una dosis puesta. Casi 300.000 vacunaciones diarias en todo el estado. En menos de un mes se alcanzará la inmunidad de rebaño. El resto del país sigue la misma senda. A pesar de la elevada mortalidad inicial, se hicieron los deberes y se reaccionó con decisión. 

Esa capacidad para levantarse recuerda a lo acontecido durante la Segunda Guerra Mundial. En otoño de 1942 Estados Unidos contaba con solo cuatro portaaviones y estaba en situación de inferioridad marítima respecto a Japón. Un año después ya disponía de 50 unidades, y al final de la guerra superaba el centenar. Al igual que entonces, el país está en guerra y no se escatiman energías ni recursos.

Desgraciadamente Europa no ha seguido la misma trayectoria. El buen funcionamiento de sus sistemas sanitarios permitió que en un primer momento se aguantara mejor el desafío. Pero con el tiempo la pandemia acabó desbordando los hospitales y la sanidad europea, nuestra mejor baza, se vio superada. A partir de ahí la medida estrella ha sido la restricción de movimientos y la limitación de la actividad económica. En lo demás, las decepciones se han ido sucediendo. La última, una campaña de vacunación insuficiente y llena de promesas inclumplidas.

El camino se andará y arribaremos a buen puerto, pero en el bloque occidental nuevamente el mundo anglosajón demuestra su poder. Los euroescépticos sacan pecho en Gran Bretaña. Y en Estados Unidos desconcierta tanta debilidad europea. El retraso en la recuperación económica siembra dudas peligrosas sobre una Unión Europea debilitada tras el Brexit y la pandemia. Cuando las aguas se calmen será necesaria una profunda reflexión para ver qué ha fallado. La decepción es demasiado grande.