Arcadi Oliveres: dejar huella

Hace días que las redes están llenas de artículos y recuerdos dedicados a Arcadi Oliveres. Su propia familia había puesto en marcha hacía dos meses un muro digital para dejar mensajes. No escribí por un pudor incómodo que ahora no siento. Tengo muy presentes las veces en que coincidimos (era de esas personas que se presentaba como si no tuvieras que saber quién era) y el impacto de la primera vez que le oí hablar en un curso sobre cooperación internacional en el CIDOB (recuerdo bien la contundencia con que hablaba de la huella ecológica o el capitalismo depredador hace casi 30 años). El día de su muerte, no me resisto a hacer mi #GràciesArcadi y recupero los apuntes de aquel curso que han resistido todos los traslados y su último libro publicado en Angle hace apenas unos meses. Toda una vida de maestría teórica y testimonial. Oigo al amigo Eduard Ibáñez, tantos años director de Justícia i Pau con Arcadi de presidente de la entidad y todos coincidimos: buenos oradores hay muchos, pero no son tantos los que se acompañan de la coherencia de un estilo de vida austero y comprometido, que es lo que marca realmente la diferencia.

El jueves por la noche, Txarango recoge su Premio Enderrock al mejor disco de pop rock y le dedica el premio. Al día siguiente, en una biblioteca pública de Girona, veo sus libros en una estantería destacada. Hago la foto y con el móvil la envío a su editora, Rosa Rey. Esto es dejar huella. Si las redes digitales no son el reflejo de las redes humanas es que algo no hacemos bien. Podemos decidir si pisamos las redes dejando huellas como estas, mensajes en positivo y edificantes o contribuir a alimentar el monstruo. Hay una regla de oro que dice que no publiques lo que no estarías en condiciones de decir en persona. Pienso en esto cuando otro buen amigo de Arcadi, Jordi Armadans, me envía la campaña de Fundipau para pacificar las redes sociales: pensar A B A N S [antes] (¿Auténtico? ¿Beneficia? ¿Amable? ¿Necesario? ¿Sugerente?). Dejar huella y tejer redes es eso.