El fin de la pandemia
Covid-19: asoma el optimismo
El año próximo año, en el peor de los casos en el 2023, el mundo entero experimentará una ola de exaltación tan amplia y elevada que ni los más viejos recordarán.
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
Xavier Bru de Sala
Hay algo que siempre, siempre, ha ocurrido tras las epidemias y es un periodo de euforia. Al igual que sucede cuando han cesado los temporales o salimos de otras situaciones de gravísimo peligro, sobre todo colectivo, que del miedo extremo se pasa a la alegría desatada. Es inevitable y en una u otra medida nos afectará a todos por efecto de una ley, asimismo inmutable, que los actores conocen bien: las emociones se contagian más deprisa que cualquier agente patógeno: lejos de experimentar reacciones diversas según el talante o el estado de ánimo de cada espectador, el público se comporta como si fuera una sola persona. Todos los espectadores, individuados antes de levantarse el talón, acaban conformando uno solo. Si toca reír y nadie lo hace en los primeros gags, la función será un fracaso. Y viceversa, si se produce hilaridad inicial, aunque sea escasa, enseguida se esparce por la sala y la gente, como transportada en alas, no puede parar de reír hasta el final. O de llorar, o de estremecerse de pánico en su caso.
Del mismo modo, y tal como ha sido documentado en cada ocasión, el final de las epidemias conlleva, primero una pausa, no tanto para lamentar unas muertes que ya pesan demasiado como para comprobar, antes de levantar la losa que encoge los ánimos, que la calma no engaña y no es de hecho el preludio de una nueva y quizá más terrible ola. A continuación, cuando la epidemia desaparece del todo, estalla una euforia sin remisión. De modo que cara al próximo año, en el peor de los casos en el 2023, el mundo, no un individuo, no un país, no una ciudad, sino el mundo entero experimentará una ola de optimismo y de exaltación tan amplia y elevada que ni los más viejos recordarán.
En los colectivos y los países donde han vacunado a más porcentaje, los contagios y las muertes se han reducido en cifras cercanas al 100%
No estamos aquí, claro, y todavía falta, pero la altísima eficacia de las vacunas ya es un hecho que no admite controversia racional. En los colectivos y los países donde han vacunado a más porcentaje, los contagios y las muertes se han reducido en cifras cercanas al 100%. Ya no se trata de una esperanza, sino de una certeza que ni siquiera las exageraciones mediáticas sobre los efectos secundarios nocivos pueden hacer tambalear. Las diferentes vacunas se dividen entre muy buenas y aún mejores, y los problemas causados entre insignificantes y prácticamente inexistentes. Toda confusión sobre estos dos puntos o bien es interesada o estúpida y se esparce solo a caballo de la hipersensibilidad social causada por la propia pandemia. Una hipersensibilidad que, si es abonada en vez de combatida por los organismos responsables y los medios, solo habrá comportado retrasos en las campañas de vacunación y el doble efecto negativo de unos miles de muertos de más del todo innecesarios y de una prolongación de la crisis económica y el sufrimiento que conlleva.
La única incertidumbre, lo que de verdad debería preocupar, es el ritmo de la vacunación, es decir de la fabricación y distribución de las diferentes vacunas. Como ya sabemos que mientras tanto el baile macabro con el virus se marca el compás de las restricciones y los sacrificios que conllevan, el optimismo que asoma tardará más o menos a dar paso a la anunciada e inevitable euforia dependiendo solo de este factor. Cuanto más gente reciba la vacuna en un periodo más breve de tiempo, antes quedará atrás la pandemia y antes, no con menos fuerza sino con la misma, el mundo pisará el acelerador que comienza con el cosquilleo del optimismo y prosigue con una euforia que tan solo cabe esperar que no resulte incontrolada, excesiva y por tanto hasta cierto punto peligrosa. Aunque, por supuesto, ni de lejos tanto como la pandemia.
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