La tribuna

Puigdemont va de farol

El líder de JxCat acabará instando a los suyos a formar gobierno con ERC porque la pérdida de poder dejaría a la formación a la intemperie y sin posibilidad de gestionar el maná de los fondos europeos

Puigdemont, el pasado 24 de febrero, en el Parlamento Europeo

Puigdemont, el pasado 24 de febrero, en el Parlamento Europeo / Johanna Geron / Reuters

Andreu Claret

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Desde que empezó la negociación para la formación de un Gobierno independentista los movimientos de Junts per Catalunya (JxCat) han tenido un doble objetivo: desgastar a Pere Aragonès y acobardarlo. Cada día que pasa constituye un tormento para el candidato de Esquerra al que los seguidores de Puigdemont humillan sin piedad desde la presidencia del Parlament (Laura Borràs), desde la secretaría general de JxCat (Jordi Sànchez) y por parte de quien aspira a la vicepresidencia (Elsa Artadi). Estas sesiones diarias de ‘punching ball’ se combinan con arremetidas fanáticas desde las redes, con referencias al segundo apellido de Aragonès (Garcia) y otras lindezas. No es de extrañar que muchos se pregunten por qué Esquerra aguanta semejante acoso sin pestañear. 

La obcecación de los republicanos en no explorar otras mayorías constituye una primera explicación. Desde que sentenció que el PSC y ERC son como agua y aceite, Oriol Junqueras colocó a los suyos en una posición de debilidad. Sin embargo, cabe otra explicación: los líderes de Esquerra están convencidos de que Puigdemont va de farol y que acabará instando a los suyos a formar gobierno. Cuando Sànchez amenazó con quedar fuera del Govern, muchos percibieron que le temblaba la voz, como les ocurre a algunos jugadores cuando van más allá de lo que dan de sí las cartas repartidas. En este caso, el peor resultado imaginable para los herederos de Jordi Pujol. ¿Quién puede creer que, en semejantes circunstancias, los de Puigdemont van a renunciar a estar en la sala de máquinas de la Generalitat? ¿Quién imagina al partido heredero de la antigua Convergència fuera del poder cuando el uso y el abuso del poder forma parte de su ADN? 

Hay varias razones para creer que esta jugada de JxCat es solo una argucia. La primera tiene que ver con la naturaleza de un partido que se sustenta en el liderazgo de Puigdemont y en el clientelismo. La pérdida del poder dejaría la organización a la intemperie, pendiente de los designios insondables de su líder. Cientos de cargos perderían los privilegios de los que gozan, sin poder refugiarse en otras instituciones debido a la debilidad de su organización en el ámbito municipal. Sería una auténtica desbandada. De ahí que la treta haya entusiasmado solo a quienes nada tienen que perder y haya alarmado a quienes viven del cargo.

La segunda razón está en que el próximo Govern repartirá el maná del Fondo de Recuperación Europea. Miles de millones anuales, a los que han optado más de 600 empresas catalanas. Una fabulosa inyección de recursos que condicionará la economía catalana para los próximos años. Y Puigdemont sabe que la gestión de estos fondos será decisiva para consolidar la burguesía filoindependentista que ha nacido al calor del 'procés', si la economía crece por encima del 6% en los próximos dos años. Este es el auténtico objetivo del farol: conseguir un acuerdo por el que Artadi gestione los fondos desde una vicepresidencia económica.

¿Cómo mantendría el ‘expresident’ la ficción de su liderazgo internacional si el presidente de la Generalitat es de otro partido y el suyo no forma parte del Govern?

El tercer argumento radica en la dificultad de mantener la unidad de JxCat sin el cemento del amiguismo derivado del poder. Un partido dirigido por un político procedente de la izquierda, como Jordi Sànchez, y en el que un fan de Donald Trump como Joan Canadell arrasa en las primarias, es un galimatías con escaso futuro fuera de las instituciones. De ahí que lo más probable es que sus líderes acaben aceptando la propuesta de Esquerra, con la idea de que un Aragonès debilitado pueda ser descabalgado de la presidencia, si se tercia, durante la legislatura. Hay un último argumento que refuerza la teoría el farol. ¿Cómo mantendría Puigdemont la ficción de su liderazgo internacional si el presidente de la Generalitat es de otro partido y los suyos no forman parte del Govern? ¿Cómo explicar semejante anomalía en los pasillos del Parlamento Europeo? La narrativa del 'procés' da para infinitos giros argumentales, pero este seria letal para quien pretende hablar en nombre de Catalunya. Cuando gobernaba Quim Torra y él tenia el mando a distancia, todo resultaba más fácil. Sin la presidencia, y sin 'consellers' a quienes pilotar, los días nublados de Waterloo se le harían muy largos a Puigdemont. Solo le quedaría Laura Borràs. 

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