Consell per la República

No es un carnet, es un recibo

Ahora, para prosperar será suficiente con mostrar al funcionario quisquilloso el Carnet de la Republiqueta para que se abran todas las puertas

Carnet del Consell per la República Catalana

Carnet del Consell per la República Catalana

Albert Soler

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Ser buen catalán se está poniendo cada vez más difícil. Si hasta el momento era suficiente con lucir un lacito amarillo noche y día, ahora debemos sacarnos el carnet. El Carnet de Buen Catalán es como el del Club Súper 3, pero en adulto y de pago. Igual que no hay chaval que no haya mostrado en clase el carnet del Súper 3, no hay lacista orgulloso de serlo que en una cena no saque el de la Republiqueta, que tal es el nombre oficial por más que todo el mundo sepa que se trata de un certificado de catalanidad. Ya iba siendo hora de que un documento indicara quién es catalán auténtico y quién lo es sobrevenido, que aquí hay mucho 'botifler' y así no hay forma de montar ni una Republiqueta ni nada. La otra opción, que era la de obligar a los no suficientemente catalanes a lucir un brazalete sobre la chaqueta, se ha descartado -de momento- por sus desafortunadas reminiscencias históricas.

Se ha criticado que el documento, promocionado por el mismo Vivales en las redes como si estuviera mostrando al mundo la resolución del teorema de Poincaré, no sirve de nada. Sirve para hacerse subscriptor del 'Punt' y de Vilaweb, o sea, efectivamente de nada. Pero no hemos de perder de vista que, más allá de tal inutilidad, se trata de un recibo, este es su valor real. Un recibo que certifica que el portador ha pagado 12 euros para sufragar la vida del Vivales y su cuadrilla de Waterloo. No es que 12 euros solucionen la vida a todo tren a la que se han arrojado, eso no da ni para las propinas, pero es una forma de decir «yo también colaboro en su vidorra». ¿Cabe acaso mayor orgullo para un lacista?

Vayamos a los temas prácticos, que los hay. Años atrás, para agilizar gestiones con la administración, se deslizaba en la mano adecuada un billete de mil pesetas. Las cosas han cambiado. Ahora, para prosperar será suficiente con mostrar al funcionario quisquilloso el Carnet de la Republiqueta para que se abran todas las puertas, se agilicen todas las gestiones, se adjudiquen todos los contratos y se otorguen todas las plazas. La propia Laura Borràs ya ha conseguido su extraña plaza de profesora universitaria gracias a mostrar al tribunal de las oposiciones -como quien no quiere la cosa, «ay, qué tonta, se me ha caído esto»- un carnet provisional de la Republiqueta, una especie de «fila cero» de los carnets para que se beneficien de ellos los amigos antes de ponerlos oficialmente en circulación. En cuanto se propague el runrún de la utilidad de los carnets de la Republiqueta, habrá mercado negro de los mismos, háganme caso y cómprenlo ahora que cuesta 12 euros, que en poco tiempo ni por 120 los habrá.

Igual que los DNI, los primeros números, del 0 al 10, estarán reservados para la familia real, es decir para el Vivales, su señora y las infantas, así como para el pianista Comín, en caso de que posea, como es de esperar, el certificado de convivencia con el monarca. A partir de aquí, el que no corre vuela, que por 12 míseros euros uno puede hacerse con la llave que da acceso a la fortuna, venga, señoras, que me los quitan de las manos. Sé de unos cuantos que viven la mar de bien porque sacaron plaza en la administración gracias al lacito amarillo, pero el lazo era gratis, y ya va siendo hora de que quien quiera colocarse apoquine, que por 12 euros uno puede tener la vida solucionada. En Catalunya las cosas van así de bien, y si hubieran montado su Republiqueta, mejor irían todavía, esto sería jauja.

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