Sufijos nada inocentes

Cositas

El uso del diminutivo habla de miedo de una persona a fracasar, a ser juzgada, y de la tendencia adquirida de las mujeres a hacerse pequeñas

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Rosa Ribas

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Los diminutivos son muy poderosos. Pueden empequeñecer y hacer irrelevante un objeto. También son expresivos, tiernos, cariñosos. Lo que no son es inocentes. Nada en la lengua y cómo la usamos es inocente. Recuerdo que hace años, durante un congreso de hispanistas en Roma, el profesor Manuel Carrera, de la Universidad de Sevilla, nos habló sobre las diferencias de uso del diminutivo en español y en italiano. Nos contó que en una ciudad de Italia vio un taller de reparación de carrocerías de coches que se llamaba Il martelletto d’oro y que se dijo que en España un nombre así, el martillito de oro, sería imposible para ese tipo de negocio. Yo tampoco me imagino a un planchista en España poniéndole a su taller “el martillito de oro”, porque aquí a los planchistas (en su trabajo) no los imaginamos ni expresivos ni tiernos y cariñosos, pues lo justo para que la carrocería quede bien pulida.

Como quería citarlo correctamente, busqué y leí el artículo de Carrera en las actas del congreso y descubrí que no aparecía ese ejemplo. En realidad, allí tampoco hablaba de diminutivos, sino de otros casos en los que el italiano y el español son diferentes. Muy interesante toda la casuística, pero nada de diminutivos. Para asegurarme de que no estaba equivocándome, tal vez había sido en otra ocasión, llamé a mi amiga Alessandra, compañera en el proyecto de investigación que presentamos en ese congreso. Ella también se acordaba del 'martelletto d’oro' y se sorprendió al saber que no aparecía en el artículo. Eso significaba que el martillito de oro había sido solo un ejemplo para romper el hielo. Nosotras, en cambio, lo recordábamos con viveza, mucho más que el resto de la conferencia. Quizá porque nos hizo reír con él, lo que no pasa con mucha frecuencia en los congresos de lingüistas; quizá porque tuvo ese carácter iluminador de los buenos ejemplos. A mí me hizo captar lo poderosos que son los diminutivos por la carga de valoraciones transportan.

Cuando una amiga escritora me dice que ha escrito una “novelita” o una brillante alumna de la universidad me pide consejo porque ha escrito algunas “cositas”, esos diminutivos me enojan y me duelen.

Vaya por delante que me encantan los diminutivos. Me gustan, incluso cuando son tramposillos, como cuando en un restaurante en Asturias te dicen: “Si no tienes mucha hambre, entonces lo mejor es tomar una sopina”, y te sirven un perol en el que cabe medio Cantábrico. Me gustan los itos, los icos, los iños, los inos, los illos, los citos... Son hermosos. Todos. Casi siempre. Porque en ocasiones son odiosos.

Por ejemplo, cuando una amiga escritora me dice que ha escrito una “novelita” o una antigua alumna de la universidad, una de las alumnas más brillantes que recuerde, me contacta para pedirme consejo sobre publicación, porque ha escrito algunas “cositas”. Aquí los diminutivos me enojan y me duelen. Por eso me pongo borde y contesto que no leo novelitas, solo novelas, o que no tengo tiempo para cositas, pero sí para poemas o relatos. Y que tampoco ningún editorial publicará novelitas ni cositas.

Parece poca cosa. Un sufijito de nada, para no salirnos del tema. Y, sin embargo, dice tanto... Habla de tanto miedo a fracasar, a ser juzgada. Habla también de la tendencia –adquirida, porque de natural no tiene nada– de las mujeres a hacerse pequeñas. Esos diminutivos son un escudo. Un escudo tierno que pide “por favor, no me hagas daño, soy pequeñita”. Las “cositas” son el perrito panza arriba ante el perro grande y fiero de las críticas. El “librito” es un perdóname la vida, no lo he escrito en serio. es irrelevante. Y eso es mentira. ¿De verdad nos vamos a creer que alguien dedica meses o años de su vida a escribir expresamente una novelita? Muy distinto es que quiera escribir una gran novela y le salga una novelita. Pero ¿en serio alguien se sienta a escribir directamente una novelita?

No nos confundamos, una cosa es la falsa modestia (sé de lo que hablo, soy catalana) y otra empequeñecerse por miedo. Es duro mostrar, exponer en público lo has escrito (pintado, compuesto…). Una vez sale a la luz, cualquiera tiene la posibilidad (incluso el derecho) de dar su opinión al respecto. Sabemos que habrá críticas negativas, algunas serán feroces. Todas serán dolorosas. Es así. Pero, ya que hay que salir al foso de los leones, hagámoslo con la cabeza muy alta. Y con un martillito de oro en el bolso para reparar las abolladuras que nos hagan.

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