Restricciones por la pandemia

Para la libertad

Varias actuaciones revelan un desconocimiento sorprendente del Derecho, porque conociéndolo, o no se actúa de la forma que se está haciendo, o bien se toman medidas sanitarias explicando siempre de forma comprensible y con detalle su razón de ser

Pla general del control de la policia espanyol a l AP-7 a la Jonquera aquest 30 de marc del 2021  (Horitzontal) Gemma Tubert ACN

Pla general del control de la policia espanyol a l AP-7 a la Jonquera aquest 30 de marc del 2021 (Horitzontal) Gemma Tubert ACN / Gemma Tubert

Jordi Nieva-Fenoll

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Evoco a Miguel Hernández para denunciar una amenaza grave. No es solo la patada en la puerta de la policía sin orden judicial ni delito flagrante. No es que algunos de nuestros diputados y senadores –¿supieron lo que votaban?– pretendan que llevemos mascarilla en todo momento sin ser sanitariamente necesaria. No es que se persiga a personas por expresar sus opiniones. No es que se retuerza el redactado de algunos delitos o se manipulen los hechos para obtener imputaciones o condenas. No es que nos encerraran radicalmente en casa durante casi dos meses con la excusa de una pandemia que no se transmite por pasear a solas en la calle o por el monte. Ni siquiera es que tengamos un toque de queda que ha venido para quedarse indefinidamente sin tener casi ninguna razón de ser salvo en días concretos, pero no sistemáticamente. 

Con todo ello no solo no se ha logrado controlar la pandemia eficazmente, sino que además se han provocado depresiones, suicidios, violencia de género, pérdida de empleo y un desastre económico sin precedentes. La pandemia parece que pasará con la vacunación, por las esperanzadoras noticias que van viniendo de Israel y Reino Unido. Pero lo peor de cara al futuro es que la mentalidad que revelan las actuaciones institucionales enumeradas en el párrafo anterior puede haber venido para quedarse. Es una mentalidad inequívocamente autoritaria que concibe que los problemas solo se pueden arreglar drásticamente ignorando en una medida inaceptable los derechos fundamentales. A grandes males, grandes remedios, dice una frase estúpida llevada al extremo, e incluso sin llevarla ahí.

Al principio de la pandemia pareció que algunos gobiernos europeos se habían inspirado en la estrategia china para luchar contra la pandemia. Sin excluir esa inspiración de la dictadura oriental, lo que se ha hecho evidente estos meses en varias de nuestras autoridades es que existe un temor extraño a no obrar de forma autoritaria, como si pensaran que la gente no obedece si no es con mano dura. Además, varias actuaciones revelan un desconocimiento sorprendente del Derecho, porque conociéndolo, o no se actúa de la forma que se está haciendo, o bien se toman medidas sanitarias pero explicando siempre de forma comprensible y con detalle su razón de ser, limitando su impacto en lo posible. Pero no está siendo así. Se han cerrado negocios sin disponer de cálculos científicos que confirmaran que generan contagios.

Al contrario, cada medida ha ido acompañada de una alta dosis de moralina que se ha contagiado considerablemente entre la población, así como de un desprecio por los derechos de los ciudadanos espeluznante. La mayoría de juristas, periodistas y ciudadanos en general han permanecido en silencio porque eran conscientes de la dificultad enorme de tomar decisiones gubernamentales en situación de incertidumbre. Otros pocos optamos por protestar por algunas medidas que eran escandalosamente absurdas, dado que esas medidas suelen romper precintos de protección de la libertad que después cuesta mucho restaurar. De hecho, cuando la vulneración es generalizada ya es tarde para volver atrás, porque la gente se ha acostumbrado a la falta de libertad. Por eso protesté, por ejemplo, por el uso indiscriminado de la mascarilla en espacios abiertos, ya que es simplemente ridículo pensar que las personas que pasean liberan aerosoles contagiosos, mientras no lo hacen los deportistas que van corriendo o las personas que se sientan en la terraza de un bar, aunque solo se retiren la mascarilla cuando dan un sorbo de cerveza, que no es el caso. O los clientes del interior de un restaurante cuando ingieren la comida.

Por supuesto, pasado el tiempo, los gobiernos, que tanto se han copiado entre sí sin razón ni sentido, han aumentado las restricciones, avalando toques de queda indefinidos, mascarillas en medio del monte o patadas en la puerta de domicilios sosteniendo, de manera asombrosa, que un domicilio no lo es si no se duerme en él. Qué lejos queda aquel “la casa de un hombre es su castillo” que dijera Edward Coke en el siglo XVII… No se puede seguir guardando silencio. Hay que combatir esta terrible pandemia mientras llegan las vacunas, pero con lógica y democracia. No destruyendo la libertad.