HOMENAJE

La suegra de Margarida Puig

Me conmueve su testimonio, escrito con tanto respeto y cuidado hacia la figura de Mercè Rodoreda

La novelista Mercè Rodoreda.

La novelista Mercè Rodoreda. / periodico

Care Santos

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Margarida Puig tenía 25 años cuando conoció a quien sería su marido, Jordi Gurguí. Fue cosa de unas tías, convencidas de que a la sobrina se le estaba pasando la edad de casarse y no parecía muy preocupada por ello. Era cierto: Margarida no tenía prisa, era profesora de piano y una habitual de los conciertos dominicales del Palau de la Música, una chica instruida a quien le gustaba el cine, el teatro y la lectura. El candidato era un joven con estudios y trabajo —le iba muy bien en el negocio de la ferretería—, que sufría un mal similar al de ella. Era muy simpático, tenía muchas amigas, pero no lograba entablar relaciones serias con ninguna. Las tías organizaron una cita a la que Margarida acudió a regañadientes. Pero, oh sorpresa, resultó que el muchacho le interesó. Era «buen conversador, decidido, risueño, muy persuasivo», según sus palabras. Él le propuso que fueran novios. Ella aceptó.

En la vida de él, sin embargo, hay algunas sombras. Sus padres están separados. La madre está en el exilio. El chico guarda rencor a su padre e idolatra a su madre. Habla de ella sin parar, la tiene en un pedestal. Tal vez entonces Margarida se da cuenta de que la suya no será una suegra fácil, y que si quiere que le vaya bien en aquella familia debe aprender a tratarla sin ceder terreno. Pero también —y aquí viene lo complicado— a aceptar sus decisiones y a respetarla. La suegra de Margarida Puig se llamaba Mercè Rodoreda.

Margarida conoció a Mercè poco antes de casarse con Jordi. Un encuentro breve y por sorpresa. De pronto llamaron al timbre y ahí estaba su prometido acompañado de su madre, que había entrado en el país sin papeles y no podía quedarse mucho rato. Ni siquiera entró. Intercambiaron saludos. Mercè dijo que no tenía tiempo y se fue. Mercè nunca tuvo mucho tiempo. Algo parecido cuenta su nieto Josep Maria en un capítulo de la serie documental, producida hace unos años por TV3, 'El meu avi': fue a visitar a su abuela a Romanyà de la Selva, donde ella vivía, tras años de no tener ningún contacto con ella. Al contrario de lo que todos le advirtieron que podía ocurrir, Rodoreda le recibió, le preguntó por los estudios, por la familia, dieron una vuelta por el jardín, y le despidió tras decirle que tenía mucho trabajo. Lo tenía, qué duda cabe: se estaba convirtiendo en una de las novelistas más importante del siglo XX. El nieto la justifica en el mismo documental. Era mucho más importante que Rodoreda se concentrara en su obra que en sus nietos, dice.

Ahora esta historia da un salto espacio-temporal y se sitúa en la habitación de un hospital de Girona el 13 de abril de 1983. Mercè Rodoreda se muere de un cáncer de hígado. Allí llega Margarida con sus hijos. Hace décadas que no ve a su suegra, desde que Rodoreda rompió toda relación con ellos por problemas con una herencia. Ha habido oportunidades, pero la novelista no supo o no quiso aprovecharlas. Su hijo debió ser ingresado en un sanatorio mental. Cuando murió Armand Obiols, amante de Rodoreda durante años, Margarida escribió a su suegra y le dio el pésame. Las cartas, los telegramas, quedaron sin respuesta. Margarida se enfrentó sola a la enfermedad de su marido. A pesar de todo, se pronuncian palabras amables en la habitación del hospital. Luego, la huida definitiva.

Club Editor acaba de reeditar 'Cartas a l’Anna Murià (1939-1956)'. Recoge algunas misivas entre Rodoreda y su compañera de exilio, también escritora. La edición, de Blanca Llum Vidal i MariaBohigas, es impecable. En ella encontramos a la Rodoreda humana, desgarrada, contradictoria, a veces al borde del suicidio. El volumen aporta material inédito. El mayor descubrimiento, para mí, ha sido Margarida Puig. Me conmueve su testimonio, escrito con tanto respeto y cuidado. Extralimitándome, imagino lo que hay más allá de sus palabras. Lo difícil que debió de resultar ser la nuera de Mercè Rodoreda. Serlo con esa sobriedad y esa elegancia, a pesar de las dificultades de su vida y de las ironías del destino. Más allá incluso de las paradojas: Rodoreda construyó sus novelas con los despojos de su vida. La misma vida de la que huyó para escribir sus novelas.

Margarida Puig murió el pasado 26 de marzo, cuando yo estaba tramando ya este artículo. Ya sé que no es mucho, pero estas palabras pretenden rendirle homenaje.

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