La tribuna

Saltarse el guion

Los postconvergentes ya tienen escrito el suyo: una constante, martirizar a los de Aragonès como traidores a Catalunya, y dos finales alternativos: vaciar su presidencia de contenido o ir a nuevas elecciones

Pere Aragonès y Laura Borràs.

Pere Aragonès y Laura Borràs. / Ferran Nadeu

Paola Lo Cascio

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El viernes se consumó el primer acto de la sesión de investidura. Fallida: Pere Aragonès solo pudo contar con los votos de su grupo y de los nueve diputados de la CUP. Cuarenta y dos votos, la cifra más baja de toda la historia democrática del parlamentarismo catalán del postfranquismo. Y este martes, segundo acto.

En realidad, la larguísima sesión del pasado viernes solo es un fotograma de una secuencia más larga, que empieza antes y que seguirá con un guion de película de miedo mala, si no hay alguien que decide cambiar su curso con una acción inesperada, de las que hacen salir del cine con la sensación de haber visto una cinta que realmente valía la pena.

El primer fotograma es el del 14-F por la noche: la victoria del PSC, los votos 70.000 del PDCat que quedan inutilizados y permiten a ERC proclamar su victoria en el campo independentista, no queriendo o no sabiendo calcular cómo gestionar esa histórica pero condicionada hegemonía.

El segundo fotograma es de las hipótesis y las ofertas de pactos que se formularon pocas horas después. Illa planteando su investidura en tanto que legítimo ganador, los 'comuns' poniendo sobre la mesa una propuesta viable de Gobierno de izquierdas y ERC insistiendo sobre el espejismo del Gobierno amplio, que todo el mundo entiende que es más de lo mismo con la presencia blanqueadora y decorativa de los diputados capitaneados por Albiach.

El tercer fotograma es decisivo: ERC opta por elegir a Laura Borràs presidenta del Parlament. De un plumazo malogra la posibilidad de devolver a las instituciones catalanas algún tipo de neutralidad eligiendo a una figura no independentista, se lanza en los brazos de los postconvergentes, sin ni siquiera -se sabrá poco después- tener consensuado el pacto de investidura.

A partir de aquí el ritmo de la película sube de intensidad: ERC intenta presionar a Junts a través de un pacto con la CUP, Aragonès se presenta en el Parlament con un discurso con cierta voluntad de poner en el centro una gestión razonable y una apuesta por el diálogo y los de Puigdemont dan sonoras calabazas, centradas -más allá de la retórica sobre la estabilidad y a la vez el conflicto, sin que nadie abriera la boca en torno a la contradicción-, básicamente en tres elementos: blindar el grueso de su sottogoverno (y asegurar el despliegue territorial del partido), gestionar el caramelo de los fondos europeos y tutelar el Gobierno a través del Consell de la República, un artefacto alegal que se sitúa fuera de la institucionalidad democrática, para mantener viva la agencia política de Waterloo. 

En resumidas cuentas, Junts tiene un guion cerrado, según el cual el traspiés de haber quedado por detrás con respecto a los republicanos y a los socialistas por un diputado es simplemente un detalle que no empaña y no tiene que empañar el papel protagonista que quiere seguir teniendo en la política catalana. Resuenan ecos ferrusolianos de 2003: "¡Ens han fet fora de casa!". El propio Joan Tardà, por otra parte, lo recordaba: se tenía que entender la pataleta de los de Puigdemont, ya que siempre habían sido los señores del país, considerando a todos los otros -y a los republicanos primero-, simplemente como unos simples masovers. El problema de fondo es que los mismos republicanos parecen considerarse tales. De otra forma no se podrían entender ni el 'error Borràs' -que pagaran ellos, pero también toda la ciudadanía, con una presidencia del Parlament que estará dedicada a la gesticulación sectaria-, ni la disposición que han demostrado para hacerse directamente humillar en la sesión de investidura.

Así que si no hay cambios el guion postconvergente ya está escrito, con una constante y dos posibles finales. La constante será la martirización patriótica de los de Aragonès, que a estas horas ya son traidores de Catalunya, y los finales alternativos (pero los dos con el mismo objetivo) son o bien vaciar de contenido la posible presidencia republicana, o bien forzar nuevas elecciones en que confían en quedar ellos los primeros entre los independentistas.

Para cambiar este guion se necesita coraje: de los republicanos en no dejarse atrapar y explorar nuevas mayorías, y también de los socialistas, que si no quieren quedar congelados y sí contribuir -como dijeron que querían- a que el país gire página, deberían salir de su zona de confort como primer partido de la oposición y mostrarse disponibles a participar del juego. De esta película depende el futuro del país, y, definitivamente, la ciudadanía se merece cine de mejor calidad.

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