Tensiones en el independentismo
El juego de la gallina entre Aragonès y Puigdemont
Puigdemont necesita tiempo para culminar la operación de descrédito de Pere Aragonés que empezó hace tiempo
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Andreu Claret
Rugen los motores de dos coches, situados frente al precipicio. En uno va un conductor novel, mientras el otro está ocupado por un viejo zorro. Pere Aragonès se atreve por primera vez con el azaroso juego de la gallina. Carles Puigdemont lleva años tentando la suerte y hasta ahora siempre le ha salido bien. Laura Borràs espera a que Puigdemont le guiñe el ojo para dar la señal. Las reglas son tan sencillas como drásticas: el primero que frene será considerado un gallina por los miembros de la banda. El que aguante más asumirá el papel de líder indiscutible. Puigdemont está seguro de ganar, pero no las tiene todas consigo. Hasta ahora, nadie le había tosido el liderazgo y no entiende como este ‘cigronet’ (garbancillo) –así llaman a Aragonès en las redes independentistas más curtidas– se atreve. El candidato a 'president' de la Generalitat está hecho un manojo de nervios, pero cree que ha llegado su hora y acaricia el acelerador. El viernes, Puigdemont ganaba en todas las encuestas, pero hoy los pronósticos son inciertos. Al principio, todo el mundo dudaba de que Aragonès aguantara la mirada de su contrincante, pero Puigdemont comprendió pronto que el hombre que tiene al lado tiene más agallas de las que aparenta su aspecto aniñado. Cuando vio que Aragonès mantenía la segunda sesión para el martes, comprendió que no había más remedio que jugar la partida hasta el final.
Ninguno de los dos contendientes es James Dean, y Natalie Wood no es el premio para el ganador, pero la escena de ‘Rebeldes sin causa’ ayuda a entender como está el patio en vísperas de la sesión del martes. Todo puede pasar. Ante el riesgo que ambos corren, lo lógico sería que Esquerra Republicana y Junts per Catalunya se avinieran a un acuerdo. Pero alcanzarlo en horas sería una humillación para Puigdemont, que llamó a rebato desde Waterloo tras oír el discurso de investidura de Aragonès. Decidió castigar a un candidato que había tenido la osadía de presentarse sin aludir al Consell per la República, que era tanto como decir que, a partir de ahora, el presidente de la Generalitat iba a ser el líder único. A cualquier observador ajeno a la sorda pelea que protagonizan desde hace años Junts y ERC, esta pretensión le hubiese parecido obvia, pero en el mundo independentista no lo es tanto. Para muchos, la Generalitat y su presidente son artilugios que sirven para gestionar, como ocurrió en tiempos de Quim Torra. La política, el ‘procés’, deben llevarse desde el Consell per la República y debe liderarla el presidente legítimo. O sea, Carles Puigdemont. Que el Consell sea un organismo oscuro poco importa. Es el precio que hay que pagar para alcanzar la independencia.
Hacia el precipicio
Si no hay acuerdo antes de la próxima sesión, los coches arrancarán hacia el precipicio. El precipicio son unas nuevas elecciones. Puigdemont está convencido de que puede ganarlas, pero sabe que una Esquerra despechada tendría entonces argumentos para jugar la baza de un tripartido de izquierdas, con el PSC y los Comunes. Ninguno de los dos quiere llegar hasta aquí. Por lo tanto, lo más probable es que haya acuerdo, dentro de unos días, o semanas. Puigdemont tiene muy presente algo que le dijo Iñigo Urkullo, una noche aciaga de octubre de 2017: controla el calendario. Lo apurará hasta el final, hasta culminar la operación de descrédito de Aragonès que empezó hace tiempo. En un apresurado libro de memorias, publicado antes de los comicios, Torra explica que Pere Aragonès “tiene siempre un papel pasivo, ausente, sin intervenir”. Y añade, en tono despectivo, que “en cada reunión, le acabo preguntando si tiene algo que añadir, y no pasa nunca”. El mismo Puigdemont ha lanzado elogios envenenados contra el candidato de Esquerra en otro libro destinado a pasar cuentas con los republicanos en el que afirma que los presupuestos presentados por el entonces titular de Economía “no difieren mucho de los que hacía aquella Convergencia más prudente”. Estas descalificaciones desabridas, acompañadas de una campaña en el tam tam digital contra el ‘cigronet’, tienen el mismo objetivo: dejar a Aragonès tocado, y mantener a Puigdemont como el auténtico líder de una confrontación contra el Estado que el 'expresident' y los suyos consideran inevitable a la luz de la batalla electoral de Madrid, mientras Catalunya practica el juego de la gallina.
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