Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria

Rocío Carrasco y la violencia vicaria

Rocío Carrasco para Etxebarria

Rocío Carrasco para Etxebarria

Elena había escuchado alguna vez el término SAP [siglas de 'síndrome de alienación parental'], pero nunca la expresión de "violencia vicaria". Después de ver la docuserie de Rocío Carrasco, ha empezado a escuchar los dos términos a menudo.

Una amiga feminista le explica la diferencia.

En el pasado, para saber si una mujer era bruja, se la arrojaba al río. Si flotaba, era bruja, y por eso flotaba. Si se ahogaba, fallecía, pero lo hacía con su honor intacto. El síndrome de alienación parental, le dice, es una especie de 'prueba diabólica' moderna. Se lo inventó un señor que se llamaba Richard Gardner, que decía ser psiquiatra (no lo era) y que se enriquecía con su trabajo de 'perito de parte' en divorcios controvertidos en los que había acusaciones de abuso sexual de hijos e hijas.

Coartada del abuso sexual

Si un menor narraba un abuso sexual, allí estaba Gardner para firmar un informe diciendo que la madre había alienado al menor para que se inventara la historia. La madre tenía que elegir entre perder el niño o aceptar el abuso.

Gardner partía de la base de que los menores son manipuladores. Pero nadie puede fantasear acerca de lo que no conoce y por eso es muy difícil que un niño invente historias y situaciones propias de la genitalidad adulta si no las ha padecido.

"Es una forma de violencia de género que toma a los hijos como objetos y los arroja sobre la madre"

La violencia vicaria es una forma de violencia de género que toma a las hijas y a los hijos como objetos y los arroja sobre la madre. En su máxima expresión, el maltratador asesina a los hijos, como es el caso de José Bretón. En otros, como narra Rocío Carrasco, los transforma en objetos para continuar un maltrato silencioso y psicológico. Sabe que la madre será capaz de tolerar, ceder y aguantar. Sabe que la madre callará y seguirá adelante.

Hoy mismo, los dos hijos de Elena se marchan para pasar las vacaciones de Semana Santa con el padre. Elena recuerda lo que sucedió en las vacaciones de hace dos años. Ella estaba en Fuerteventura cuando empezó a sonar el teléfono una y otra vez. Al otro lado de la línea estaba su hija, venga a llorar.

Entre hipidos, le contó que papá estaba muy enfadado porque a ella se le había escapado que mami se había ido a un hotel en una isla con su novio. Papá está pegando gritos, le dijo. La niña se había encerrado en el cuarto de baño y la llamaba desde el móvil.

"Demasiadas demandas"

Cuando los niños regresaron, el padre no les devolvió la bolsa. Y allí se quedaron, con él, la muñeca Elsa de la niña, el gatito de peluche del niño (sin el que no podía dormir), los zapatos, las camisetas, los jerséis. Unos 500 euros de ropa que nunca recuperaría. Y no podía quejarse ante el juez porque le decían que "judicializaba la vida de los niños", ya que ponía "demasiadas demandas".

Esta Semana Santa Elena no sale. Se queda en casa, como casi toda España. A su exmarido no le podrá dar un ataque de celos o de envidia, pero, por si acaso, ha cerrado todas sus redes sociales, porque sabe que cualquier foto en la que ella aparezca en una excursión al campo, o con un compañero masculino, despertará a la bestia.

En la bolsa de los niños ha puesto solo ropa muy vieja, gastada, de la que iba a tirar de todas formas, y los críos se van con un solo par de zapatillas, el mismo, para toda la semana. Los propios niños han decidido que no llevarán juguetes.

A Elena se le ha encendido una lucecita en la cabeza. Lo que le sucede tiene nombre. Violencia vicaria.

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