NO SOLO FÚTBOL

Pedri, Ansu y un amigo del género tonto

Hay un tipo de gente que menosprecia a granel el cerebro de los futbolistas

Pedri.

Pedri. / ADIDAS

Josep Martí Blanch

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Hay un tipo de gente que menosprecia a granel el cerebro de los futbolistas. Como ellos viven en el altillo de la inteligencia, hablan en verso y sólo de cosas trascendentes (si las vacas tienen alma o si el género de las personas viene marcado por la biología o es una construcción social) les parece de un primitivismo inexplicable que otros tengan en los músculos y los pies su principal patrimonio que, además, suponen incompatible con el pensar. Como argumento de autoridad, para demostrar cuán garrulos son los futbolistas, estos ejemplares utilizan a menudo el ejemplo de la sarta de lugares comunes y tonterías que responden siempre a las preguntas de los periodistas.

Estos ilustrados consideran de poco nivel que después de 90 minutos, todavía sacando el hígado por la boca, a una pregunta del tipo «¿contento con el partido?», un jugador responda en modo automático «sí, pero más feliz por el juego del equipo. Ha sido una victoria importante». Para los habitantes del parnaso ese futbolista, para acreditar materia gris, quizás debiera responder: «Muy contento. Aunque a ratos me he sentido como Leopold Bloom en el 'Ulisses' de Joyce. Por suerte el equipo está bien, y hemos superado la parte de la temporada en la que parecía que íbamos a convertirnos en una cucaracha, como le pasa a Gregor Samsa en 'La Metamorfosis' de Kafka». Hagamos otra prueba: «¿Contento con el gol?». «Por supuesto. El gol es mi magdalena de Proust. Siempre que anoto viajo a la niñez y me acuerdo de que ya entonces era un Lazarillo de Tormes del área»

Enfrentarse a un ganso

He mantenido esta semana una discusión con un amigo que mantiene esta posición. La amistad, como el amor, tiene fundamentos a veces inexplicables. No hay otra razón que justifique que uno siga queriendo a un imbécil cuando su condición de tal ya está totalmente acreditada. Aunque, pensándolo mejor, puede que sí haya un motivo que proporciona una explicación razonable por mi parte: es él quien siempre paga los almuerzos.

Como la altivez del sabelotodo no admite rectificaciones, huelga decir que ninguno de mis argumentos le convenció para que abandonara las tesis que defiende. Es difícil enfrentarse a un ganso. Le pedí que se imaginara a él mismo con la edad de Pedri o Ansu Fati. Que se visualizara cargando en su espalda la ilusión de millones de personas a la edad en la que el acné adolescente todavía coloniza las frentes. Sobreponiéndose a operaciones de rodilla que pueden arruinarte la carrera nada más empezarla. Enfrentándose a un coro de periodistas teniendo los años con los que a la mayoría de los chavales les da vergüenza el simple hecho de responder en clase a la pregunta del profesor.

Si eres capaz de verte en esas circunstancias, le dije, comprobarás que el idiota querido amigo, eres tú; y que esta gente que corre tras una pelota no solo son más fuertes física y mentalmente que nosotros, sino que te dan, no una, sino mil vueltas en lo que atañe a saber estar en el mundo. Por fortuna, mi amigo es del género tonto, pero buena persona. Después del sermón llegó la cuenta y mi amigo la abonó con la disciplina que marca la costumbre.