El logro de una aspiración colectiva

20 años del fin de la mili: algunas lecciones

La historia de cómo dejó el servicio militar de ser obligatorio puede ser inspiradora para otras luchas compartidas de las generaciones de hoy

Un grupo de jóvenes alistados en la mili en un cuartel de Zaragoza.

Un grupo de jóvenes alistados en la mili en un cuartel de Zaragoza. / periodico

Carles Campuzano

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Este año hemos recordado los 20 años del fin de la mili. Para la inmensa mayoría de los 'millennial' seguro que no quiere decir mucha cosa, aunque para su vida las consecuencias de este hecho no son menores: los jóvenes de hoy no están obligados a perder el tiempo durante un periodo decisivo de su vida, ni alimentar una maquinaria absurda como eran las Fuerzas Armadas basadas en el servicio militar obligatorio o arriesgarse a sufrir malos tratos o accidentes durante su mili...

Para los 'boomers', en cambio, esta efeméride está cargada de sentido. Para los que éramos jóvenes en los años 80 y 90 del siglo pasado, el fin de la mili había sido una aspiración individual y colectiva. Una aspiración que se convirtió en realidad como resultado de la alianza 'de facto' entre movimientos sociales y partidos políticos. En muchos sentidos, la historia del fin de la mili puede ser inspiradora para otras luchas compartidas de las generaciones de hoy, pero también para entender el papel diferente que tienen partidos y movimientos sociales en dar respuestas a las demandas de la sociedad , en un momento que demasiadas veces se ha confundido una cosa con la otra.

Y es que los avances sociales necesitan de unos y otros, pero una buena democracia aconseja no confundir los papeles. Y en general cuando se confunden los roles, suele ser una mala señal del funcionamiento democrático. Por ejemplo, cuando los partidos usan de manera instrumental los movimientos sociales como parte de su estrategia política, cuestionando la independencia de la sociedad civil. O cuando un movimiento social es una simple extensión de un movimiento partidista. O también tenemos el caso de los políticos que prefieren jugar a la comodidad de ser activistas buscando el aplauso fácil de sus votantes, sin querer asumir las responsabilidades que implica ser gobernantes: y es que a los activistas no les podemos pedir responsabilidades por sus actos, pero con nuestros gobernantes sí tenemos la obligación de ser exigentes con las consecuencias de sus decisiones.

A veces también sufrimos las malas políticas de gobiernos que creen que un programa de gobierno es la simple acumulación de las demandas de los movimientos sociales. Y es que el papel de mediación, ponderación y equilibrio de la política representativa en sociedades plurales en intereses y valores y complejas en su funcionamiento es fundamental para construir una buena democracia y una mejor sociedad. Se necesita una política más sofisticada y no tan simplificadora de la realidad social.

De entrada, hay que señalar una evidencia: el fin de la mili es consecuencia directa de los acuerdos del Majestic entre CiU y el PP, que facilitaron el acceso de Aznar en la Moncloa, en 1996. El añorado Joaquim Molins, el líder de CiU en aquellos tiempos, logró incorporar el compromiso de acabar con el servicio militar como condición para hacer a Aznar presidente del Gobierno español. El fin de la 'mili' era una de las propuestas estrella del programa de CiU de aquellas elecciones generales y había sido batallada durante años en el seno de CDC por la gente de la JNC.

Fue consecuencia directa de los acuerdos del Majestic entre CiU y el PP, pero el papel de los movimientos sociales fue crítico y esencial

Se trataba de una propuesta que enlazaba con el sentir mayoritario de los jóvenes y que venía empujada por una fuerte y comprometida movilización social representada por los objetores de conciencia y los insumisos. Con la iniciativa de los pioneros como Pepe Beunza y los objetores de conciencia de Can Serra y, posteriormente, con los movimientos sociales como la Asociación de Objetores de Conciencia (AOC) y el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC), entre otros, el proceso de deslegitimación de la mili en la sociedad catalana había triunfado.

Cuando se produjo el Pacto del Majestic hacía tiempo que la mili había perdido el favor de la opinión publica. La política representativa supo entender el momento y la necesidad y supo aprovechar la coyuntura de manera eficaz. El fin de la Guerra Fría y la necesidad de un nuevo modelo de Ejército, más reducido y tecnificado, también explica el éxito de la propuesta. Ahora bien, el papel de los movimientos sociales fue crítico y esencial en términos de popularización del derecho a objetar, poniendo en crisis el sistema obligatorio, y haciendo entrar en contradicción a los gobiernos y las leyes por la vía de la insumisión. Y es que sin la iniciativa de la sociedad no sabemos si hubiéramos podido llegar a poner fin a la mili.