Sectores infravalorados

Trabajadores esenciales

En el escenario pandémico o casi pospandémico nos hemos dado cuenta de que hay muchas profesiones indispensables para la vida cotidiana con unas condiciones laborales poco dignas

Limpieza del centro educativo Joan Maragall, en l'Hospitalet de Llobregat.

Limpieza del centro educativo Joan Maragall, en l'Hospitalet de Llobregat.

Judit Vall Castelló

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No sé vosotros, pero yo, si hace un año alguien me hubiese preguntado quién hace trabajo esencial, seguramente solo habría pensado en el personal sanitario y en los cuerpos y fuerzas de seguridad. Estoy segura de que mi respuesta, como persona joven que, afortunadamente, no ha vivido ninguna guerra, hubiese sido diferente por completo a la que daría mi abuela con sus 84 años. 

En el escenario pandémico o casi pospandémico (según el grado de optimismo con que evaluemos la situación actual), todos nos hemos dado cuenta de que hay muchas más profesiones indispensables para la vida cotidiana; incluso durante el confinamiento domiciliario, con las actividades reducidas a su mínima expresión, era bastante larga la lista de los profesionales cuya actividad necesitábamos y que, así, hicieron que los trabajadores no esenciales dispusiéramos de alimentos, agua, electricidad, atención médica, información y otros bienes y servicios.

Aunque ahora no tengo ninguna duda de la importancia de todos los sectores clasificados como esenciales, en enero de 2020 no hubiese incluido la prensa, los servicios de limpieza, las residencias geriátricas o de dependientes y la actividad postal. Por eso, me pregunto si deberíamos valorar y recompensar a esas personas de manera destacada y si, antes de todo esto, la cualidad de esenciales ―ahora visibilizada y que yo desconocía― se tenía en cuenta en el mercado de trabajo y, por tanto, se ofrecían condiciones laborales acordes a la importancia de las tareas desarrolladas. Dicho de otra manera, si la sociedad no puede funcionar sin esos sectores, su valoración social debería ser mayor a fin de que haya suficientes personas que estén dispuestas a trabajar en dichas áreas sea cual sea la situación de riesgo y, de esa manera, asegurar el suministro de bienes y servicios que, llegado el caso, nos resultan esenciales.

En vez de abandonar su trabajo durante el confinamiento, arriesgaron su salud y la de sus familiares para que el resto de la población pudiéramos comer, ser atendidos por un médico y no nos sepultara la suciedad

Para comprobar qué pasaba antes de la pandemia, he consultado datos de un elemento que, junto con el salario, mejor definen la calidad del empleo: el porcentaje de contratos temporales por sector o actividad económica. Como bien sabemos quienes tenemos trabajo, vivimos en un país en el que se abusa de la contratación a corto plazo. Esto se explica, entre otras cosas, por una legislación muy favorable a que así ocurra, puesto que no solo ha liberalizado el uso de ese tipo de contratos desde la década de 1980, sino que ha propiciado su crecimiento exponencial. Así, esta relación laboral ya no se utiliza solo para actividades de carácter estacional; en muchas ocasiones, sirve para cubrir puestos indiscutiblemente permanentes. A largo plazo, encadenar contratos temporales durante la vida laboral se traduce en una progresión salarial menor; asimismo, quien sufre esa circunstancia se encuentra con la imposibilidad de hacer planes vitales que requieran un compromiso económico con un horizonte largo, por ejemplo, una hipoteca.

La pregunta es si, teniendo en cuenta la relevancia de los trabajadores esenciales, tales profesiones gozaban de una menor tasa de temporalidad (definida como proporción de personas asalariadas con contrato temporal respecto del total de empleados en el sector) y, en consecuencia, resultaba más factible asegurar la continuidad de las actividades básicas y fundamentales para la población general. Los datos muestran la realidad. Resulta que un año antes de la pandemia (2019) más del 27% de los trabajadores españoles tenía un contrato temporal, pero el porcentaje se elevaba al 50% en las actividades postales (incluye transporte y repartidores) y al 31% en las sanitarias y de servicios sociales. Por otra parte, si nos fijamos en el salario publicado en algunas webs de búsqueda de empleo, vemos que para el sector de la limpieza se establece en 12.364 euros brutos al año y para los trabajadores sociales llega a 16.000 euros; baste como elemento de comparación el salario medio del conjunto de trabajadores en España, que se sitúa en poco más de 24.000 euros brutos al año.

Sinceramente, con estos datos sobre la mesa, me sorprende que los trabajadores esenciales no abandonaran de forma masiva su trabajo en el último año. Hicieron justo lo contrario: arriesgaron su salud y la de sus familiares para que el resto de la población pudiéramos comer, ser atendidos por un médico y no nos sepultara la suciedad. Lo sé, se llama ética profesional, pero no debería ser incompatible con tener unas condiciones laborales dignas, acordes a la condición de esencial de tales actividades.