Pasaporte inmunitario

El ansiado viaje

Me desespera la lentitud en la vacunación. Y el retraso ocasionado por el parón a causa de la AstraZeneca

Una vacuna contra el covid.

Una vacuna contra el covid.

Josep Maria Pou

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Mis ganas de volver a viajar son tantas que, como al perro del experimento de Pavlov, las glándulas salivales se me activan ante el pasaporte. Tantas, también, las ganas de vacuna, que me ocurre lo mismo cada vez que veo una jeringuilla. Es más, la mera visión de un brazo desnudo (la manga levantada hasta la curva del hombro, la aguja entrando en la carne blanca, el carmín de la mínima sangre liberada por el pinchazo), llega a ocasionarme, tal que ahí, en el bajo vientre, un cosquilleo del mismo calibre o superior al que hasta ahora me brindaban otras visiones más complejas, reprobadas por el sexto mandamiento. Ante la vacuna, se me abre el apetito. Se me abren todos los apetitos. Se me desboca, ingobernable, el deseo. Pero, a imagen de San Antonio, me obligo a controlarlo. Resisto valiente, creyente, abstinente. Y espero, impaciente. 

No acertaba mi admirado Oscar Wilde al afirmar que la mejor manera de librarse de la tentación es ceder ante ella. Ya me gustaría salir corriendo al dispensario más cercano y ofrecer allí mi brazo desnudo al primer banderillero o banderillera dispuestos al efecto. Imposible. Debo esperar mi turno. Es una espera parecida a la de cuando, a los veinte años, esperaba la llamada a filas, aquella cita del servicio militar que sabía ineludible y que, por tanto, deseaba que se produjera lo antes posible para llegar, cuanto antes también, a respirar libre al final, con «la blanca» entre las manos. El equivalente, hoy, de aquella cartilla que te devolvía a la vida civil, es el pasaporte inmunitario que te devuelve a la vida social. El único acceso directo –«follow the yellow brick road»- al finger o escalerilla del avión.

Me desespera, eso sí, la lentitud en la vacunación. Y el retraso ocasionado por el parón a causa de la AstraZeneca. Me preocupa, sobre todo, una vez superado el escollo, la falta de reacción inmediata, la falta de diligencia. Veamos: el lunes 15 nuestra máxima autoridad sanitaria decide suspender su administración; pero cuando el jueves 19, la Agencia Europea del Medicamento libera a la tal vacuna de toda sospecha, se nos dice que su administración se reanudará a partir del miércoles 23. ¿Por qué? ¿Porqué no al minuto, al segundo siguiente del dictamen de la EMA? ¿Por qué sumar más días a los días ya perdidos? ¿Por qué seguir dejando expuestos al virus a los miles que podían haberse vacunado en esos nueve días? ¿Por qué no se vacuna día y noche, sin interrupción, veinticuatro horas sobre veinticuatro? ¿No estamos ante una emergencia global? ¿No se trata de salvar vidas? ¿Por qué, una vez más, nos vence la parsimonia?

Las respuestas están fuera de mi alcance. Como lo está, de momento, el deseado pasaporte. Lo que sí tengo a mano, por suerte, es una tabla salvadora: un libro. El de hoy se llama 'Roma'. Con él y con Manuel Vilas, su autor, viajo libre, vuelo alto. Y camino, poema a poema, por la ciudad en la que le sorprendió, hace un año, la pandemia. Un libro, el ansiado viaje.

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