Obituario

Jordi Cornet: vitalismo creyente

El exdiputado del PP en el Parlament y exdelegado del Estado en el Consorci de la Zona Franca de Barcelona ha fallecido a los 56 años. Su amigo y compañero de partido Alberto Fernández Díaz recuerda en este artículo su "bonhomía y firmeza de convicciones"

Jordi Cornet, en una imagen de 2013.

Jordi Cornet, en una imagen de 2013. / Joan Cortadellas

Alberto Fernández Díaz

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace ya 40 años conocí a Jordi Cornet mientras empezábamos a cursar nuestros estudios en la universidad. Desde entonces compartimos décadas de militancia y activismo. Al principio en un sindicato estudiantil que habíamos promovido, OCEU, y del que Jordi fue claustral por su Facultad de Ciencias Empresariales y en Nuevas Generaciones de la entonces Alianza Popular. Eran los inicios de aquellos 80 donde él ya desprendía su bonhomía y firmeza de convicciones. Buena persona, afable, dialogante, con un gran sentido del humor, próximo y con perspectiva, no fue ninguna sorpresa que dejara de lado su emprendimiento profesional de empresa y se centrara en su vocación política comprometido como estaba en la defensa de sus ideas, el sentido social y de España.

Inició entonces una continuada y dilatada trayectoria de partido e institucional, siendo finalmente el secretario general del Partido Popular de Catalunya y ejerciendo sucesivamente en el tiempo la condición de concejal en el Ayuntamiento de Barcelona, la Diputación Provincial y diputado en el Parlament de Catalunya, del que fue su secretario de la mesa.

Su última etapa pública fue como delegado del Consorcio de la Zona Franca. Un hito particularmente gratificante para él al permitirle aunar su vocación de servicio con la iniciativa empresarial y de promoción económica. Poco tiempo después le sobrevino una cruel enfermedad, un cáncer tortuoso y doloroso que le persiguió durante seis largos años. Pero ni siquiera tanto dolor y sufrimiento, incluso le amputaron una pierna, mereció reproche alguno por su parte. Era tal la entereza que mostraba Jordi que era él quien respondía a quienes se interesaban por su estado de salud dando lecciones de vida y de superación ante la adversidad.

Su entereza ante el desenlace sabido emociona y se torna en una lección de vida que nunca debe ser olvidada

Persistió en aquella vitalidad de aquella persona a quien le encantaba bailar, el pádel y el tenis, y sobre todo evadirse en los fogones de su cocina para sorprender con sus sofritos y regalar a sus amigos una insuperable tortilla de patatas. Una vitalidad que ni si quiera la prolongada e inmisericorde enfermedad jamás mermó ni un ápice. Tuvo siempre a su lado arropándole a quienes más quería y quienes más le amaban: su familia. Su esposa Carmen y sus cuatro hijos: Jorge Juan, Mª Teresa, Javier y Carmencita lo eran todo para él y ha sido un 19 de marzo, día del padre y de la buena muerte para los católicos, cuando expirando sigue viviendo en ellos.

Sus profundas convicciones religiosas siempre fueron un acicate de fortaleza y de superación de una forma que a muchos les pudiera parecer sobrenatural. Al enterarme de su muerte y releyendo los últimos mensajes que nos intercambiábamos ejemplifican su personalidad. El último me reconocía lo siguiente: ”Alberto, estoy más fastidiado que nunca pero más feliz que nunca” y proseguía con un consejo final: “Dar amor y te lo devolverán con infinito amor”. Todo con una entereza ante el desenlace sabido que emociona y se torna en una lección de vida que nunca debe ser olvidada. Jordi ya descansa en paz, esa paz y esa bondad que nos trasmitió en vida.