Salud mental

Clamores

Cuando Errejón pidió doblar el número de psicólogos en la sanidad pública, no se oyó en el hemiciclo un clamor, sino un grito: “¡Vete al médico!”. Y risas.

Errejón en la sesión de control

Errejón en la sesión de control  /

Silvia Cruz Lapeña

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“¿Por qué es tan fácil caer?”, cantan Maria Arnal y Marcel Bagès en ‘Milagro’, el primer tema de ‘Clamor’, un disco que radiografía la fragilidad humana con un tino que resulta balsámico. “Volver a empezar de nuevo / Reanimar los jardines / Sentir en los pies los bailes / Recoger fracasos al vuelo”, dicen antes de que los corte para ver la sesión de control al Gobierno.

Para mi sorpresa, esa vulnerabilidad de la que hablan se cuela en el Congreso. “En España se suicidan cada día 10 personas”, afirma Íñigo Errejón preguntándole a Pedro Sánchez qué medios pondrá para atajar los problemas de salud mental de un país que anda enfermo del alma desde hace tiempo. Una prueba es que hasta los adolescentes conocen nombres como lorazepan o lexatín.

“La salud es lo importante”, repiten las autoridades para explicar restricciones y prioridades, aunque tratan la mental como hacen con un concierto: como algo no esencial. Tampoco en sus mítines son más coherentes, de ahí que oigamos tantos “clamores” además del de Bagés y Arnal. “Existe un clamor social en España por la huida del emérito”, afirma Pablo Iglesias usando una palabra que antes empleó Rocío Monasterio (Vox): ”Es un clamor de gente que ha salido a la calle a gritar ‘Viva España, viva el Rey’”. Me pregunto cuánta gente cabe en un clamor, palabra que usan para aludir a una multitud sin nombre con la que legitimar lo que persiguen. “La unidad de la izquierda es un clamor social”, asegura Isa Serra (Podemos) para explicar la oferta a Errejón de ir juntos a los comicios de Madrid.

Decir “clamor” es aludir al “pueblo” reduciéndolo a su voz. Es decir, a su voto, lo único que importa a algunos dirigentes. No se entiende de otra forma que en un país con 10 suicidios al día haya quien dedique el tiempo a urdir cómo quedarse con un Gobierno regional y acabe produciendo una sacudida que, quién sabe, quizá acabe en elecciones generales.

Cuando Errejón pidió doblar el número de psicólogos en la sanidad pública no se oyó en el hemiciclo un clamor, sino un grito: “¡Vete al médico!”. Y risas. Fueron pocas, porque tener poca gracia suele ir ligado a tener poca razón. Pero las hubo, porque todavía hay gente que cree que una opinión es más importante que el sentido del humor. ¿Qué importa si no tiene gracia si piensa como pienso yo?

Carmelo Romero (PP) creía que hacía un chiste, pero lo que hizo fue abofetear a las miles de personas que no pueden pagar lo 60 euros que cuesta una hora de terapia. Es verdad que algunos diputados aplaudieron. También que tuvo más eco el exabrupto que el aplauso o el contenido del discurso. Porque se habla mucho de los cuidados, pero no se facilitan, quizá porque muchas señorías no conocen la rozadura que produce la falta de expectativas.

Por eso, cada vez me interesa más la política, pero no la partidista, de la urna o el escaño. Y si es teórica, que sea musical y sin panfleto. De ahí que el de Arnal y Bagés sea el único clamor de los citados que puedo y quiero oír de veras.