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La memoria secuestrada de Rosario

A Rosario Bravo, de 97 años, vecina de L’Hospitalet de Llobregat, le han robado la vida

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Pau Arenós

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Tenemos conciencia plena de cuánto pesa una vida al hacer una mudanza. Mientras cargamos las cajas de cartón y rotulamos las tapas para identificarlas, nos preguntamos cuántas de aquellas conchas de galápago sobran y si podríamos continuar liberados de la cáscara, con menos cargas y camino de la desnudez, o el medio vestir.

¿Podemos habituarnos a ir ligeros de ropa, de libros, de trastos? Pensamos con un optimismo furioso que un traslado es un buen momento para desprendernos de lo superfluo y jamás cumplimos con el noble objetivo.

Avaros de nuestro yo, seguimos atesorando objetos que dejamos de usar como si ellos nos ataran de una forma mágica a la juventud.

Hace mucho de mi última mudanza, aunque no hubo muda: me deshice solo de una decena de libros e hice transportar algunos miles en el camión donde depositamos la totalidad de nuestras posesiones. ¿Por qué? No los he leído todos, y ni pienso hacerlo, y no tienen valor bibliográfico, tan solo sentimental. Pero acompañan: sé que están ahí, a mi espalda, a derecha e izquierda, murallas de frágil apariencia y sólidos interiores.

¿Qué pasaría si me quedara con 100? ¿Y si vaciara los armarios de aquello cuyo uso abandoné? ¿Y si dejara en el ropero 10 camisas, 10 pantalones y 5 pares de zapatos?

No me sentiría recortado o tullido, aunque sí abocado a la monotonía y a la transfiguración en Marie Kondo.  

¿Una vida cabe en un tráiler, en un camión, en una furgoneta, en un baúl, en una maleta, en una caja de zapatos? Depende de si te trasladas o de si huyes, de si decides irte o te obligan, de si eres rico o pobre, de si eres propietario o desahuciado.

A Rosario Bravo, de 97 años, ¡97 años!, vecina de L’Hospitalet de Llobregat, le han robado la vida, como denunció el programa Planta Baixa de TV-3.

A la crueldad de los desahucios –lo son todos los que se ceban en los vulnerables– se suma la ineptitud de la Administración. Por error, una comitiva entró en su piso durante su ausencia a la manera de unos cacos con protección legal y disolvieron su existencia sin razón.

Le vaciaron las posesiones, le cambiaron la cerradura y dieron por finiquitado su tiempo en aquella casa.

Nadie se hace responsable de la sustracción ni saben decirle qué han hecho con las joyas, el dinero, los electrodomésticos, las camas... Es un caso abracadabrante: alguien tomó una mala decisión, alguien ejecutó una pésima decisión y alguien es responsable de que se hayan volatilizado las propiedades de la mujer.

No hablamos de extraviar una camisa llevada al tinte o un plato de recuerdo de unas vacaciones en Mallorca: le han chorizado aquello que ayudaba a construir al ser humano llamado Rosario Bravo.

Lo que más lamenta, según su familia, es la volatilización de las memorias que escribía. Esa era la herencia que quería dejar. No hablamos ya de lo físico y reemplazable, sino de lo inmaterial, de aquello que, dada su edad, se desvanecerá si no es trasladado de inmediato de la neurona al papel. Le han secuestrado los recuerdos.

Puede que recupere un collar o el microondas, pero ¿alguien habrá tenido la decencia de salvaguardar el manuscrito con los recuerdos?

Es inenarrable la desesperación de Rosario, y sería deseable que en algún agujero alguien con remordimientos por sus acciones –si es que le queda algo de humanidad– penara la barrabasada.

Imaginemos que recupera todo o parte, ¿cómo le compensarán el descalabro, la angustia, el miedo, la invasión, el manoseo, la intimidad violentada? Tiene 97 años, repito. ¿A qué encantes, almacén o trastero han llevado esas pertenencias que nunca nadie debería haber tocado? ¿Cómo es que no se sabe de inmediato –¡ya!, ¡ya!– qué ha sucedido con los bienes? ¿Acaso no hay un control de las mudanzas a la fuerza? 

Puede que recupere un collar o un anillo, el microondas o un camisón, pero ¿alguien habrá tenido la decencia de salvaguardar el manuscrito con los recuerdos?

¿O los asaltantes al sostener el dietario, tal vez al abrirlo y al ver la esforzada letra, pensaron que eran solo unos papelajos y que el destino final sería la papelera y el olvido de la historia?

¿Cuánto pesa una vida? ¿Cuánto pesa la vida de Rosario?

¿Cabe en un tráiler, en un camión, en una furgoneta, en un baúl, en una maleta, en una caja de zapatos, en ese espacio entre lo visible y lo invisible en el que se mueven los magos y ese poder omnímodo llamado Administración?  

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