Abusos en el teatro
Que caigan todos
Si hace tres años se decía que el próximo iba a ser Ollé, ahora, los que nos dedicamos a esto sabemos perfectamente cuáles son los siguientes de la lista. Confío en que, por fin, se haga justicia
Marta Buchaca
Dramaturga, guionista y directora teatral
Marta Buchaca
Hace unas semanas estalló la bomba. Los casos de abusos de poder por parte de profesores a alumnos del Institut del Teatre de Barcelona durante los últimos 30 años. Cuando Lluís Pasqual dimitió después de que Andrea Ros, valiente, lo acusara de maltrato psicológico, todos los que nos dedicamos al teatro oíamos el mismo comentario: “El próximo en caer será Ollé”. Pero lo de Pasqual pasó. Y supongo que los que en ese momento temieron por su reputación y sus puestos de trabajo se relajaron. E imagino que pensaron que si nadie aprovechó el coraje de Andrea Ros para seguir su estela, el tema quedaba zanjado. Pero se equivocaban. Es cierto que la cosa no ha sido inmediata. Tres años es más bien lo opuesto a inmediatez. Pero ahora, por fin, se ha abierto la caja de Pandora y, como todos auguramos, el primer nombre en salir ha sido el de Joan Ollé.
Yo misma a lo largo de mi carrera he presenciado actitudes que ahora me parecen intolerables, como el profesor del Institut del Teatre que me decía que me bajara más el escote para poder seguir la clase
Esta vez no se trata de un caso aislado, hay más profesores que están en la lista (una docena) y seguro que no serán los únicos. Ahora son muchas las víctimas que se han atrevido a hablar, ahora no hay miedo y hay la convicción general de que ya no se puede callar más, de que ya no se puede hacer la vista gorda o mirar para otro lado. Yo misma a lo largo de mi carrera he presenciado actitudes que ahora me parecen intolerables tanto en las salas de ensayo como en las aulas. En las clases de interpretación, por ejemplo, cuando yo tenía 17 o 18 años y el profesor nos decía que teníamos que liberarnos, que teníamos que tener sexo con hombres y mujeres, y acababa de fiesta con nosotros, aunque debía tener como 20 años más, y propiciaba que sus alumnos se enrollaran entre ellos mientras él los miraba desde la barra, orgulloso. Y baboso. O el profesor del Institut del Teatre que me decía que me bajara más el escote para poder seguir la clase, y un largo etcétera de profesores, directores y hombres en general que tuvieron un comportamiento que ahora no toleraríamos de ninguna manera.
Pero en esos tiempos, para ser un buen teatrero había que ser promiscuo, desenfadado y aguantar. Supongo que por eso nadie le decía al profesor que era un pervertido, ni al director de turno que era un degenerado. Por suerte, desde el 'Me too' todo ha cambiado. Y este tsunami no parará, porque ahora tenemos claro que nadie nos puede gritar, que nadie nos puede tocar, que nadie puede utilizar su poder para humillarnos ni callarnos.
Saldrán más nombres, y ellos lo saben. Les imagino en sus casas, en las aulas, en los teatros, sobresaltados cada vez que suena el teléfono, o llega un mensaje, o una notificación de Twitter. Saben que su impunidad tiene fecha de caducidad, que antes o después, ese mensaje llegará, quizás un wasap de algún amigo -“¿lo has visto?”- y correrán con el corazón acelerado a buscar su nombre en Google, y leerán el titular de la noticia que les hundirá para siempre.
Les imagino observando con incredulidad lo que está pasando. Porque durante años ha habido el mito que en la sala de ensayo todo vale. Y ahora sabemos que no. Que nadie es impune. Y si hace tres años se decía que el próximo iba a ser Ollé, ahora, los que nos dedicamos a esto sabemos perfectamente cuáles son los siguientes de la lista. Confío que esos teléfonos suenen y que, por fin, se haga justicia. Lo positivo de todo esto es que las jóvenes y los jóvenes tienen las cosas claras, se respetan a ellos mismos y son valientes. Verlos en las manifestaciones en el Institut del Teatre de Barcelona me ha hecho confiar en el futuro. Un futuro que vaticino más justo y libre de tiranos.
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